Una De Las más grandes libertades que puede tener una persona es la habilidad — y el deseo — de perdonar. Es cierto que tenemos que superar las equivocaciones, las propias y las de los demás; no podemos ignorarlas. Sin embargo, las reacciones airadas y sentimientos alterados no contribuyen a que se produzca una reforma genuina. De hecho, generalmente empeoran la situación. La manera de mejorar una situación desagradable es recurrir a Dios en oración y escuchar las respuestas que bendicen a todos.
Yo comprobé los buenos efectos que resultan de perdonar a los demás inmediatamente. En una reunión regional a la que asistí, yo era el orador principal. Tenía grandes expectativas en esta reunión, pero, según mi opinión, la oradora que inauguró el programa lo hizo tan mal que sentí que había perdido toda esperanza de tener una tarde coronada por el éxito.
Cuando mi crítica interior en contra de ella y mis quejas en silencio sobre lo mal que había iniciado la reunión, llegaron al máximo, recordé una conversación entre Cristo Jesús y el Apóstol Pedro. El Evangelio según Mateo en la Biblia relata el incidente: “Entonces se le acercó Pedro y le dijo: Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete? Jesús le dijo: No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete”. Mateo 18:21, 22. Me pregunté: ¿Estoy dispuesto a perdonar a esta oradora por no haberse desempeñado a la altura de lo que yo esperaba?
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