Anita y sus amigas disfrutaban ir de campamento todos los veranos. Anita esperaba especialmente el momento en que todos se sentaban alrededor de una gran fogata por las noches. Contemplaba las llamas centelleando en la oscuridad y escuchaba el crujido de las ramas al quemarse. También disfrutaba de las canciones que entonaban alrededor del fuego.
Anita concurría a la Escuela Dominical de la Christian Science desde los cinco años y, a pesar de que no podía ir a la Escuela Dominical cuando se iba de campamento, llevaba con ella un Cuaderno Trimestral de la Christian Science y leía la Lección Sermón de la Biblia y de Ciencia y Salud. Lo hacía todos los días durante el período de descanso. La lectura de estos libros le recordaba que Dios estaba cuidando de ella y le daba la confianza necesaria para realizar aun las actividades más difíciles del campamento. Un año tuvo la oportunidad de recurrir a estos dos libros cuando se sintió enferma.
El último día de campamento, Anita y sus amigas estaban conversando sentadas en la cima de una pequeña colina, cuando decidió correr hasta su carpa para buscar sus zapatos y reunirse nuevamente con sus amigas y emprender juntas una caminata. Bajó con tanta prisa que no vio una de las cuerdas que sostenían la carpa, y de repente se encontró tendida de narices contra el suelo. Había tropezado y dado duramente contra el césped. Por unos momentos permaneció en esa posición recobrando el aliento. Sus amigas se acercaron para ver si necesitaba ayuda, pero ella les dio las gracias y les dijo que se encontraba bien. La ayudaron a levantarse y Anita entró en su carpa para calzarse y así reunirse con sus amigas para la caminata.
Anita se olvidó pronto de la caída, pero cuando se despertó a la mañana siguiente le dolía el estómago y no se sentía nada bien. Ese era el último día de campamento y todos debían levantarse temprano para iniciar un largo camino de regreso. Primeramente, tenían que cruzar la isla en ómnibus; luego, debían realizar un trayecto en barco hasta la costa, y finalmente, les esperaba un largo viaje en tren. Cuando llegó el momento de subir al tren Anita se sentía muy mal. Su estómago estaba revuelto y la cabeza le dolía mucho.
Por lo general, el camino de regreso solía ser muy divertido. Todos hablaban de cuánto se habían divertido y luego cantaban las canciones que habían aprendido. Se escuchaban muchas risas y bullicio en el tren. Todos comían sándwiches y, por supuesto, también muchos caramelos y chocolates. Pero Anita no se sentía con ganas de participar en las diversiones ni de comer. Permaneció recostada y quieta en su asiento.
Luego de un tiempo, se enderezó y pensó: “¿Por qué estoy sentada aquí sintiendo lástima de mí misma?” Ella sabía cómo recurrir a Dios en busca de ayuda cuando se sentía enferma, y había sanado muchas veces por medio de la oración. Había aprendido en la Escuela Dominical que Dios es Amor y que Él la había creado perfecta. Tenía la seguridad de que Dios no había creado la enfermedad pues había leído en la Biblia que Dios hizo buenas todas las cosas. Véase Gén. 1:31. Anita sabía que era la hija de Dios y que Él era su amoroso Padre-Madre, pero no estaba acostumbrada a orar por sí misma. Por lo general su madre oraba con ella, o algunas veces ella le pedía a un practicista de la Christian Science que la ayudara a orar. Pero esta vez, su madre no estaba cerca, y se sintió bastante sola.
Luego se acordó que tenía sus dos libros tan especiales con ella y que podía leer uno de ellos. Así que le pidió a una amiga que le alcanzara Ciencia y Salud de su maleta que estaba en el compartimento de equipajes.
Decidió abrir el libro y leer lo primero que encontrara. El libro se abrió en la página 475, y lo primero que leyó fue esta pregunta: “¿Qué es el hombre?” Luego leyó parte de la respuesta: “El hombre no es materia; no está constituido de cerebro, sangre, huesos y otros elementos materiales. Las Escrituras nos informan que el hombre está hecho a imagen y semejanza de Dios”. Anita leyó este pasaje detenidamente, y luego pensó: “Si no estoy hecha de materia sino que soy la imagen espiritual misma de Dios, entonces ¡no puedo estar enferma porque Dios no está enfermo!” Cerró el libro, y por primera vez ese día comenzó a sonreír. Luego comenzó a cantar con las demás chicas y se sentía muy feliz porque comprendió que era la imagen y semejanza perfecta de Dios y que ningún pensamiento malo podía engañarla, haciéndole creer algo que no fuera verdadero acerca de ella misma.
El dolor y el malestar de estómago desaparecieron. Buscó los sándwiches en su bolso de meriendas pues tenía mucha hambre. Cuando esa tarde el tren llegó a la estación su mamá estaba allí para recibirla. Anita corrió para darle un gran abrazo y contarle cuánto se había divertido en el campamento. Pero por sobre todo, deseaba contarle a su mamá de la curación que había tenido en el tren y cómo había orado por sí sola. “Me gustaría contar esta curación en la reunión de testimonios de los miércoles”, dijo, y así lo hizo.
