¿Acaso debemos aceptar la teoría de que todos los males del mundo se deben a los pecados de Adán y Eva, a su desobediencia a Dios y la maldición que se les impuso?
¡No, No Debemos aceptarla! Si la alegoría de la Biblia sobre Adán y Eva fuera un verdadero relato de la creación, significaría que todos nos originamos en el polvo, o materia, y no podemos dejar de estar sujetos a las así llamadas leyes del mundo material: pecado, enfermedad y finalmente la muerte. Sin embargo, la Biblia dice: “Así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados”. 1 Cor. 15:22.
Cristo Jesús vino a mostrarnos que el hombre verdadero es espiritual, no está sujeto a la mentira de la mortalidad de Adán, y que el hombre siempre expresa el ser perfecto y eterno de Dios. A través de su trabajo de curación, Jesús probó que podemos demostrar nuestro dominio sobre las falsas leyes materiales, que podemos elevar nuestro pensamiento por encima de la materialidad para comprender nuestra naturaleza espiritual y verdadera y nuestra perfección como hijos amados de Dios.
Las enseñanzas de Jesús señalan la necesidad de purificar el pensamiento y las obras. Su vida ejemplificó al hombre real e ideal creado por Dios, y nos alienta a todos a seguir sus enseñanzas: “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto”. Mateo 5:48. Podemos expresar progresivamente la perfección porque nuestro verdadero ser es perfecto, la imagen y semejanza de Dios, como se nos asegura en el primer capítulo de la Biblia. Éste es el verdadero relato de la creación de Dios.
A medida que comenzamos a entender la irrealidad de la historia de Adán —el supuesto origen material y naturaleza pecaminosa del hombre— y afirmamos la perfección actual del hombre, en esa medida podemos probar que los males de la mortalidad son irreales, son una mentira acerca del hombre impuesta en nuestro pensamiento. En un sermón titulado La Curación Cristiana, Mary Baker Eddy dice: “¿Es acaso un deber creer que ‘la maldición nunca vendrá sin causa’? Entonces es deber más elevado saber que Dios jamás maldijo al hombre, Su propia imagen y semejanza. Dios jamás hizo un hombre perverso; y el hombre creado por Dios jamás tuvo ninguna facultad o poder que no derivara de su Hacedor, con lo cual hacerse perverso”.La Curación Cristiana, pág. 9.
Adán nunca fue la verdadera creación de Dios.
La historia de Adán sigue siendo una alegoría. Representa la falsa creencia de que hubo una segunda creación, que el hombre fue creado materialmente, sujeto al pecado y a la muerte. La naturaleza y el origen de Adán es exactamente lo opuesto al hombre a la semejanza de Dios, del Espíritu, el Amor, el Principio. Dios es el único Padre del hombre, y el hombre es el hijo espiritual de Dios.
El libro de Proverbios dice: “La maldición nunca vendrá sin causa”. Prov. 26:2. La maldición es infundada, no tiene causa, porque Dios, el bien, es la única causa genuina. Entonces, ¿qué es esta maldición del mal supuestamente impuesta al hombre debido a los pecados de Adán?
Una creencia ignorante, falsa en todo aspecto, no tiene poder para tocar la vida real y única del hombre como linaje de Dios. La traducción de James Moffatt de la Biblia, interpreta esas palabras de Proverbios como, “la maldición infundada nunca llega al hogar”. Podemos entender con esto que la maldición nunca encuentra un lugar de descanso u hogar en el hombre.
“He aquí, herencia de Jehová son los hijos”. Salmo 127:3
El hogar y la familia han sido deteriorados por las creencias materiales acerca del origen del hombre. El entender la irrealidad de la historia de Adán nos permite reconocer la verdad acerca del origen espiritual del hombre. Esto ayuda a disolver muchos problemas familiares, creados por la creencia de que el hombre tiene una naturaleza pecadora, y que es un mortal separado de Dios. Comprender que Dios es el perfecto Padre-Madre de todos, y que Sus hijos viven en armonía, obedientes a Él, libera a las personas para que expresen las cualidades amorosas y sin pecado que Dios creó en el hombre para expresarlas eternamente.
Una curación para ilustrar esto.
La verdad de que el hombre es el hijo de Dios y vive en armonía eterna con todos los miembros de la familia de Dios, me sanó hace algunos años. Había tenido muchos problemas para entender y disciplinar a una de mis hijas. Aunque nos queríamos mucho parecía que no nos podíamos comunicar eficazmente, y a menudo nuestra relación era muy tensa. Cuando ella fue más grande, una amiga me dijo: “Qué amorosa es tu hija”. Yo contesté inmediatamente: “¡Tendrías que haberla conocido cuando tenía dos años!” Cuando me escuché a mí misma decir eso me alarmé mucho. Inmediatamente comprendí que había estado guardando un profundo resentimiento por las experiencias pasadas y era hora de sanar ese resentimiento.
¿Por dónde empezar? Me senté y tomé la Biblia y el libro de texto de la Christian Science. Sabía que estos libros me darían las ideas que necesitaba para sanar ese resentimiento. El primer libro de la Biblia es el Génesis y Ciencia y Salud tiene un capítulo sobre este tema. Ciencia y Salud primero explica la narrativa espiritual de la creación, que se encuentra en el primer capítulo del Génesis, y luego interpreta la historia de Adán y Eva. Leí con mucho cuidado tanto la Biblia como el libro de texto, comparando las descripciones sobre la creación y tratando de obtener un mejor entendimiento del origen del hombre. Una frase de Ciencia y Salud me mostró claramente lo que necesitaba saber: “Dios tiene incontables ideas, y todas ellas tienen un mismo Principio y un solo progenitor”.Ciencia y Salud, pág. 517. De pronto, comprendí que yo había reclamado responsabilidad por esta niña como si ella fuera mi creación. Pero en realidad Dios es el Padre del hombre, y todos somos Sus hijos, gobernados por el Principio divino, el Amor. ¡Sentí un gran alivio!
Cuando terminé de leer vi claramente que el hombre nunca fue consumido por la falsamente impuesta maldición de Adán. Percibí que las “incontables ideas” de Dios eran puras, perfectas y armoniosas. Comprendí que los padres y los hijos nunca han estado sujetos a las así llamadas leyes materiales del nacimiento, ni a las etapas del desarrollo, algunas de las cuales parecen ser tan difíciles. Las creaciones de Dios no estaban sujetas a la rivalidad entre hermanos ni a una resistencia a la obediencia. Mi falso sentido del origen del hombre fue reemplazado por una comprensión del derecho al nacimiento espiritual del hombre. Esta actividad purificadora limpió mi pensamiento de todo resentimiento. La curación fue inmediata y permanente. Cambió el sentido material de la relación entre madre e hija por un verdadero sentido de compañía y amor, basado en un entendimiento de Dios como Padre-Madre. Nunca más hubo tensión entre nosotras.
El hombre nunca perdió la armonía de su ser espiritual.
El comprender que nuestra verdadera individualidad es el hombre ideal, cuyo creador es Dios y cuyo origen es el Espíritu perfecto, armoniza todo aspecto de nuestra vida diaria y coloca el amor y el afecto de la familia sobre una base mucho más elevada y espiritual.
Cuando el mal parece ser tan real puede ser difícil comprender de manera constante que hay un solo Dios, que es todo el bien, y tan solo una creación enteramente buena. Pero al aceptar que Dios es la causa única y el único creador —nuestro único verdadero Padre— podemos hacer desaparecer cada vez más el concepto falso del hombre como la progenie de los pecadores y maldecidos Adán y Eva. Se comprenderá que la maldición es una mentira que no tiene base, y nunca forma parte de la historia del hombre eterno y espiritual.
En el libro del Apocalipsis se nos promete: “Y no habrá más maldición”. Apoc. 22:3. La Ciencia del Cristo nos permite demostrar el verdadero estado del hombre, libre de toda maldición. Se ha revelado que el poder de un Dios del todo bondadoso y Su Cristo, está eternamente presente para sanar a la humanidad y salvarla de la mentira de la maldición de Adán, con sus creencias en el pecado, la enfermedad y la decadencia. El Cristo está aquí en este momento para que todos percibamos nuestra pureza y derecho de nacimiento espiritual, nuestra perfección inmortal como hijos bien amados de Dios.
“Y no habrá más maldición”.
Apocalipsis 22:3
