Hace Poco tuve una experiencia que me enseñó mucho acerca de mi verdadera identidad.
La gente siempre admiró mi cabello por su bello color y abundancia. En general, no doy mucha atención a mi apariencia física y pienso que no soy vanidosa. Pero poco a poco, noté que estaba perdiendo mucho cabello. Al principio no me preocupé. Esperaba que esta pérdida de cabello se detuviera “naturalmente”, de modo que no hice un intento por corregir la situación con la oración o la verdad espiritual.
Pero a medida que transcurría el tiempo, encontré cada mañana más cabello desprendido en el peine. Al lavarme el cabello tenía que recoger una buena cantidad; el pequeño cubo de basura en el baño estaba lleno en una semana.
Traté de alejar mi pensamiento de esta imagen falsa y material y reconocer que puesto que Dios me había creado, yo era perfecta, sin pérdida o falta alguna, siempre completa y hermosa. Pero la situación no mejoró y comencé a asustarme. Estaba muy preocupada.
“¿Con qué me estoy identificando?,” me pregunté. ¿Acaso dependía realmente del cabello material? ¿Me vería la gente de manera diferente y no reconocería mi verdadera individualidad si no tuviera nada de cabello?
Al tratar de comprender mejor la belleza, encontré muy útiles los siguientes pasajes de Ciencia y Salud: “En la Ciencia el hombre es linaje del Espíritu. Lo bello, lo bueno y lo puro constituyen su ascendencia” (pág. 63), y “El hombre, gobernado por la Mente inmortal, es siempre bello y sublime” (pág. 246).
También recordé el relato bíblico de la mujer que secó los pies de Jesús con sus largos cabellos, (véase Lucas 7:37, 38) y que esos cabellos estaban “todos contados por el Padre” (véase Ciencia y Salud, pág. 367). Me di cuenta de que Dios sostiene cada aspecto específico de nuestra verdadera identidad.
La mujer en el relato bíblico había mostrado mucha humildad. ¿Estaba yo realmente lo suficientemente agradecida por la belleza que Dios me había dado por ser Su reflejo espiritual? Decidí reclamar todas mis cualidades espirituales —tales como gratitud, mansedumbre, amabilidad, gracia y alegría— y vivirlas más en la vida diaria. Finalmente dejé de preocuparme por la condición material, aunque aún tenía que limpiar mucho cabello todos los días. Y comencé a reconocer más consecuentemente que mi verdadera identidad es espiritual e independiente de cualquier apariencia material.
Semanas más tarde me di cuenta de que había dejado de perder el cabello. Me sentí agradecida y llena de alegría y alabanza a Dios. Muy pronto mi cabello recuperó su abundancia anterior. Estoy muy agradecida, sobre todo por haber percibido un concepto más elevado de mi verdadera individualidad espiritual.
Chipping Sodbury, Avon,
Inglaterra