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Sanemos el odio

Del número de enero de 1998 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Aveces El Odio parece muy normal. Es posible que alguien piense: “Tengo derecho a odiar a esa persona, porque es cruel con los demás”. Pero quien así piensa necesita darse cuenta de que el odio no es normal. Y necesita estar alerta para no justificarlo.

El odio es hipnótico. Es el resultado de la creencia en una mente separada de Dios. No hay razón legítima para odiar a nadie, porque Dios ha creado a cada uno tal como Él es, perfecto y bueno. Y es mucho más fácil amar incondicionalmente si se tiene presente la imagen y semejanza de Dios.

Hace alrededor de un año, viví una experiencia en la que tuve que sanar sentimientos de odio. Tenía una amiga íntima y siempre estábamos juntas. De pronto, un día comenzó a tomar drogas. Nuestra amistad se deterioró rápidamente. Sentí que ya no tenía nada en común con ella. Continuábamos hablándonos, pero todos los días ella se jactaba de lo “bien que lo pasaba” fumando y embriagándose. Nunca le dije nada, pero esta situación me ponía furiosa. Pensé que no tenía sentido que consumiera drogas, y que era absurdo que transformara su vida para ser “recool”. Además había crecido su ego.

Comencé a odiarla, y ese odio me hizo sentir desdichada. Sabía que estaba equivocada, y recurría frecuentemente a Dios, pero no con el motivo correcto, pues lo hacía por conmiseración propia. Durante un tiempo justifiqué el odio diciéndome que estaba bien sentir enojo contra ella, porque se había vuelto detestable y porque estaba arruinando su vida. El tiempo pasaba y la situación no mejoraba. Al contrario, la odiaba cada vez más, y las cosas que me contaba me hacían sentir infeliz.

Esta situación no me dejaba estar en paz, por eso planteé el problema en mi clase de la Escuela Dominical. Mi maestra me ayudó mucho. Ella me explicó que el odio es como una espada de dos filos: cuando tratamos de hacer daño con ella, terminamos lastimándonos a nosotros mismos. Me di cuenta de que esto era verdad. Escritos Misceláneos por Mary Baker Eddy cita a Hannah More, quien dijo: “Si deseara castigar a mi enemigo lo instaría a que odiase a alguien”.Escritos Misceláneos, pág. 223.

Esto me abrió los ojos. Me di cuenta de que no era ella la que me hacía sentir infeliz, sino que yo necesitaba corregir los pensamientos de odio. Recordé a Cristo Jesús y a quienes lo persiguieron. A pesar de esa persecución, él los amó y trató de ayudarlos.

Yo necesitaba comprender que todos somos hijos de Dios y que Dios nos ama a todos por igual, incluso a mi amiga. ¡Ella estaba tan guiada y protegida por Dios como yo lo estaba! Dios creó todo lo que es real, y Él lo hizo todo perfecto. Cada uno de nosotros tiene la capacidad de expresar Sus cualidades de amor, bondad, fortaleza, inteligencia, comprensión, mansedumbre, todo lo que es bueno. El mal es una ilusión. La verdad es que Dios llena todo el espacio, y no hay lugar para que el error o el mal existan. Es imposible que alguna persona no sea perfecta, amada y guiada por Dios.

Me di cuenta de esto, y entonces estuve dispuesta a ver a mi amiga como la hija de Dios. Corregí los pensamientos de odio, sabiendo que esos rasgos de carácter indeseables eran irreales. En vez de condenarla, oré para saber que estaba protegida y que Dios le estaba mostrando lo que era correcto.

Ahora soy mucho más paciente con ella, y estoy segura de que esto la ha ayudado mucho más que el odio ciego que sentía hacia ella. Y esto también me ha ayudado a mí. El odio nunca es la solución.

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