Skip to main content Skip to search Skip to header Skip to footer

Sé tú mismo

Del número de enero de 1998 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


¿Sabías Que cada especie de pájaro tiene su propio canto? El zorzal canta el canto del zorzal, el cardenal el canto del cardenal y el pájaro azul el canto del pájaro azul. Cada canto es diferente. Si conoces los diferentes cantos, no tienes necesidad de verlo para saber cuál es. Puedes saberlo tan sólo escuchando su canto. Pero existe un pájaro que “engaña”, es el sinsonte. ¡Este pájaro aprende muchos sonidos y cantos de pájaros diferentes y los combina!

Tú estás creado para tener tu propio “canto”. Con esto quiero decir que “tú” eres único. Nadie más, ni siquiera un hermano gemelo o una hermana o hermano muy cercano podrá alguna vez ser tú. Dios te ha creado para que seas especial, para que tengas talentos especiales y para que ames a tu propia manera especial. Nadie podrá jamás tomar tu lugar. Nadie podrá jamás ser tú y tú nunca podrás ser alguien más. ¡Dios necesita que tú seas especial tú mismo! Él te da todo lo que necesitas para hacer eso perfectamente bien.

Algunas veces somos engañados y llevados a pensar que no somos tan especiales como otra persona o que el ser nosotros mismos no es lo suficientemente bueno. Quizás hasta comencemos a actuar como el tramposo sinsonte, copiando a otros chicos que tal vez equivocadamente consideremos que son mejores que nosotros. Quizás tratemos de hablar, vestir o actuar como ellos. Pero, no importa con cuánto ahínco lo intentemos, nunca podremos ser ellos y ellos nunca podrán ser nosotros. De hecho, si pudiéramos cambiar nuestros lugares, no estaríamos para nada felices, porque estamos hechos para ser únicamente nosotros mismos.

¿Y qué ocurre si no estás feliz de cómo eres? ¡La única forma en que esto puede suceder es si no conoces quién eres realmente! Para estar feliz contigo mismo y continuar así, debes conocerte a ti mismo. ¿Cómo? Pidiéndole a Dios que te diga quién eres. ¡Dios te conoce mejor que nadie, mejor que tu mamá o tu papá, tu mejor amigo o que tú mismo! Dios sabe todo acerca de quién eres tú realmente, porque Él te creó. Tú eres Su hijo.

Jesús escuchó un importante mensaje procedente de Dios, el mensaje fue: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia”. Mateo 3:17. Jesús nos enseñó que todos somos los hijos y las hijas de Dios. ¡De modo que Dios está satisfecho y feliz con nosotros! ¡Él nos ama! Está satisfecho con la forma en que nos hizo, a Su imagen.

Es lindo saberlo, ¿no es cierto? Dios está satisfecho con nosotros, de modo que también nosotros debemos estar satisfechos con nosotros mismos. Satisfechos ahora mismo. No cuando seamos más grandes, más altos, más inteligentes o corramos más rápido. No solamente cuando ganemos una medalla olímpica o saquemos todos “10” en el colegio.

Tengo una hermana que es apenas un año y medio mayor que yo. Cuando éramos más chicas ¡yo pensaba que ella era una reina! Siempre podía hacer más cosas que yo, mejor que yo, más rápido que yo. Era más graciosa que yo y parecía que todos los demás la preferían a ella más que a mí.

A menudo trataba de imitarla, aunque eso no me hacía más feliz, ni hacía que los demás me quisieran más. Al recordar esa época, me doy cuenta de que el imitarla me impedía encontrar y utilizar mis propios talentos. Finalmente tuve que empezar a conocerme a “mí” misma. Tuve que escuchar a Dios para descubrir lo que Él quería que yo hiciera, dijera y fuera. En la medida en que escuchaba y obedecía, descubría algunos talentos especiales que ni siquiera sabía que tenía. ¡Y lo que descubrí fue muy lindo y me dio muchas satisfacciones!

Descubrí que era realmente muy distinta de mi hermana y que eso estaba bien. No es que una era mejor o peor que la otra, simplemente éramos distintas. Algo así como dos piezas de un rompecabezas, cada una de ellas diferente la una de la otra, pero ambas necesarias para armarlo.

Debemos dirigirnos directamente a Dios y hacer lo que Él nos dice. Jesús nunca imitó a otros. Cuando tenía alrededor de doce años, fue a la sinagoga y escuchó e hizo preguntas a los eruditos y a los intérpretes de la ley. Para él, aprender no era imitar a otros niños, ni siquiera a los eruditos y a los intérpretes de la ley, sino escuchar directamente a Dios y obedecerle. Al hacer esto con tanto cuidado y devoción, pudo sanar. Enseñó a la gente acerca de Dios, y aún hoy nosotros aprendemos de su ejemplo. Todo eso lo hizo “expresando” el ser que Dios le había dado.

A medida que aprendamos a escuchar y a obedecer a Dios, conoceremos más y más nuestro ser “especial”. Haremos cada vez mejor lo que se espera que hagamos, aquello para lo que fuimos creados: expresar a Dios, el bien; y estaremos felices y nos sentiremos satisfechos de ser nosotros mismos y hacer buenas obras.

Al ser obedientes a lo que Dios nos dice que hagamos, nuestra luz brillará y ayudaremos a otros a ver que pueden hacer lo mismo. ¡Cuántos motivos de alegría tendremos! ¡Cuántos “cantos” tendremos todos para compartir, ya sea como músicos, escritores, escaladores, corredores, jugadores de básquetbol, mecánicos o genios de la computación!

Seremos precisamente lo que Dios quiere que seamos y estaremos felices de ello.

Para explorar más contenido similar a este, lo invitamos a registrarse para recibir notificaciones semanales del Heraldo. Recibirá artículos, grabaciones de audio y anuncios directamente por WhatsApp o correo electrónico. 

Registrarse

Más en este número / enero de 1998

La misión del Heraldo

 “... para proclamar la actividad y disponibilidad universales de la Verdad...”

                                                                                                          Mary Baker Eddy

Saber más acerca del Heraldo y su misión.