Muchas personas hoy día creen que la muerte es una amiga que los llevará a una vida mejor. Sin embargo, vencer la muerte es fundamental en las enseñanzas del cristianismo, y por cierto, si fuera una amiga no habría razón alguna para destruirla. Cristo Jesús dijo: “Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia”. Y también declaró: “De cierto, de cierto os digo, que el que guarda mi palabra, nunca verá muerte”. Juan 10:10; 8:51.
Tener vida “en abundancia” es el aspecto principal del ejemplo de Jesús, quien venció en varias ocasiones a la muerte y sus efectos para otras personas. Su propio triunfo sobre la muerte es absolutamente irrefutable, y prevalece como el triunfo ideal. Jesús no sólo resucitó de la tumba, sino que se elevó de toda mortalidad, y de lo que ésta representa. Probó que la muerte, por no formar parte de la realidad divina, ya ha sido destruida. Él probó que el hombre, el reflejo de Dios, no nace de la materia ni es esclavo de la mortalidad, sino que es la expresión misma del Espíritu infinito, la Vida inmortal. Este hombre ideal es el reflejo divino del Espíritu.
El hombre ideal vive por la Vida, no por el cuerpo. Debemos probar estas verdades nosotros mismos. No obstante, es mucho más fácil avanzar cuando tenemos un ejemplo, alguien que ya ha transitado el camino. Por lo cual el comprender el ejemplo de Jesús y mantenerlo cerca de nuestro corazón, nos da la convicción de que podemos cumplir con todo lo que Jesús esperaba que sus seguidores hicieran. Al referirse a sus discípulos cercanos, Ciencia y Salud declara: “Los discípulos de Jesús, no habiendo progresado lo suficiente para comprender plenamente el triunfo de su Maestro, no llevaron a cabo muchas obras maravillosas hasta que lo vieron después de su crucifixión y comprendieron que no había muerto. Eso los convenció de la veracidad de todo lo que había enseñado”.Ciencia y Salud, pág. 45-46.
La Vida divina no muere, por lo tanto, no deberíamos aceptar la muerte para los hijos de la Vida.
Inspirados por el ejemplo de Jesús, comenzamos a percibir más claramente que no es la mortalidad sino la inmortalidad el estado natural del hombre. Si buscamos encontrar inmortalidad en algo mortal, lo haremos indefinidamente, esperando que Dios, el Espíritu divino, pueda crear algo fuera de Sí mismo. Cada uno de nosotros refleja al Espíritu en todo momento, ninguno de los hijos de nuestro Padre puede encontrarse “muerto” en este momento, del mismo modo que Dios no podría estarlo. La Vida, la Vida divina, es siempre la causa de que el hombre viva. El hombre no tiene la capacidad de morir porque es la expresión de la Vida. Somos la expresión eterna de la Vida, por consiguiente, no podemos morir. Las siguientes palabras de la Biblia que se refieren a la sabiduría, también pueden aplicarse al hombre como la imagen de Dios: “Jehová me poseía en el principio, ya de antiguo, antes de sus obras. Eternamente tuve el principado, desde el principio, antes de la tierra. Antes de los abismos fui engendrada; antes que fuesen las fuentes de las muchas aguas. Antes que los montes fuesen formados, antes de los collados, ya había sido yo engendrada”. Prov. 8:22-25.
“Eternamente tuve el principado, desde el principio, antes de la tierra”. Cuán diferente es esto de lo que leemos en los certificados de nacimiento. Esos documentos “certifican” un comienzo material. No obstante, como imagen de Dios, siempre hemos existido como la expresión de Dios “eternamente... desde el principio”. ¿Es acaso la primera una descripción de la creación verdadera y la otra —el testimonio de la existencia espiritual del hombre “desde el principio”— simplemente una creencia religiosa? Solo una es verdadera, la creación espiritual, porque las dos versiones se contradicen en lo más importante.
Si tenemos en cuenta la descripción espiritual, es probable que tengamos que pedirle disculpas a Dios por creer en el sueño de Adán, en la noción de que el nacimiento, la muerte y la vida fuera de Dios pueden ser posibles. Desde ese elevado punto de vista espiritual nos regocijamos de que el amor de Dios y su bondad, el reino de los cielos, está siempre presente, y de que el hombre de Dios, como reflejo de la Vida está siempre expresando ese amor y bondad. El reino de los cielos está dentro de nosotros. ¡Qué triste sería cometer la equivocación de suponer que la muerte puede ofrecernos más de lo que Dios de su gracia ya nos ha dado! Si así fuera, la enseñanza de Jesús ¿acaso no habría sido: “Morid de inmediato, todos. Seréis libres y felices?” Por el contrario, él erradicó la muerte completamente, y se desposó con la Vida.
La Vida divina no muere, por lo tanto, no deberíamos aceptar la muerte para los hijos de la Vida. Mortal significa “sujeto a la muerte” o “que causa muerte”. Sin embargo, el hombre de Dios es eternamente inmortal, y está únicamente sujeto a la Vida. Al ser súbditos de la Vida, estamos seguros y a salvo en el reino de Dios, el único reino que existe. Jamás debemos aceptar ningún tipo de muerte.
En Ciencia y Salud leemos esta definición: “MUERTE. Una ilusión, la mentira de que hay vida en la materia; lo irreal y falso; lo opuesto de la Vida.
“La materia no tiene vida, por lo tanto no tiene existencia real. La Mente es inmortal. La carne, que lucha contra el Espíritu; lo que se libera penosamente de una creencia, sólo para ser encadenado por otra, hasta que toda creencia de que hay vida donde no existe Vida se someta a la Vida eterna. Toda evidencia material de muerte es falsa, pues contradice a las realidades espirituales del ser”.Ciencia y Salud, pág. 584. Ciencia y Salud también declara: “La creencia universal en la muerte no trae ningún beneficio. No puede revelar la Vida o la Verdad”.Ibid., pág. 42.
Lo que parece ser vida en la materia en realidad no lo es. Es un falso sentido de la vida, que sólo sugiere la esencia real de la existencia en la Vida divina, el Espíritu. La ascensión de Jesús no indicó simplemente esta realidad sino que la probó.
La vida mortal es una incongruencia, un término que combina palabras que se contradicen unas a otras. La Vida inmortal corrobora y es la Verdad. La expresión de la Vida, el hombre, es permanentemente uno con la Vida. La Sra. Eddy escribe: “La dulce y sagrada sensación de unidad permanente del hombre con su Hacedor puede iluminar nuestro ser actual con una presencia y un poder continuos del bien, abriendo de par en par la puerta que conduce de la muerte a la Vida; y cuando esta Vida aparezca ‘seremos semejantes a Él’ e iremos al Padre, no por medio de la muerte, sino por medio de la Vida; no por medio del error, sino por medio de la Verdad”.La unidad del bien, pág. 41.
No importa lo que vemos, lo que leemos, lo que escuchamos, o miramos en televisión; no tenemos que estar de acuerdo con la proposición de que la muerte es algo que nos reúne con Dios, ni es algo que Dios envía o permite, o que la muerte es una salida para la desdicha o es, de algún modo, un escape. El único gozo y libertad que existe está donde estamos ahora, como hijos de la Vida. “¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?” 1 Cor. 15:55. ¿No son acaso esas preguntas maravillosamente alentadoras? La muerte nunca es una amiga, y por medio de un entendimiento de la Vida divina venceremos la creencia en la enfermedad y la muerte. Nada puede separarnos del reino de la Vida y el Amor divinos. La Vida inmortal, Dios, es verdaderamente, siempre nuestra mejor amiga.
