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no estoy obligado a aceptar el mal

Del número de enero de 1998 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Hace un tiempo me ocurrió algo que me ayudó a darme cuenta de que no estamos obligados a aceptar el mal cuando nos encontramos frente a un callejón sin salida.

Un Día, al salir de una reunión, un amigo nos invitó a mi madre y a mí a llevarnos en su auto a casa de mi madre donde íbamos a almorzar. De pronto todo empezó a complicarse: mi amigo tomó una ruta diferente, prácticamente iba en dirección opuesta. Luego, comenzó a cruzar las esquinas con el semáforo en rojo y empezó a aumentar la velocidad. Cuando le pregunté cortésmente si tenía algún problema me contestó si yo creía que estaba manejando mal. No entendía si me hablaba en broma o si le pasaba algo, especialmente porque era muy prudente y nunca hacía bromas de mal gusto.

En medio de esta carrera por la ciudad me pregunté qué hacer. ¿Gritar, pidiendo auxilio? ¿Tratar de pasar al frente y tomar la dirección, o frenar?

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