Por alguna razón que no me puedo explicar, el circo, pasión y sano entretenimiento para niños y adultos, nunca me atrajo, aunque no dejo de admirar la habilidad y dedicación de la familia circense. No obstante hay un ilusionista, conocido a nivel mundial, David Copperfield, a quien me encanta ver por televisión. Yo sé perfectamente que es una ilusión, que me está engañando, pero el truco está tan bien hecho que parece lo que hace. Así fue como en una ocasión hizo desaparecer un avión y la Estatua de la Libertad, en Nueva York, y en otra atravesó la muralla china.
Es obvio que los ilusionistas como Copperfield nos engañan, y nosotros somos conscientes de que nos están engañando. Pero ¿qué pensaría usted si le dijeran que a veces hay pensamientos ilusorios que nos engañan y nos hacen creer y hacer cosas que no son buenas? Nos sentimos sorprendidos por tener actitudes y reacciones que normalmente no manifestamos, y nos preguntamos ¿por qué hice tal o cual cosa?
En su libro Ciencia y Salud, la Sra. Eddy explica que esa sugestión que nos viene al pensamiento se puede describir como magnetismo animal o hipnotismo, para usar el término moderno. Estas sugestiones parecen influir nuestro pensamiento para que obremos mal. Pueden decir que estamos expuestos al mal o que Dios no existe. Si las aceptamos nos hipnotizan, nos impulsan a creer que el mal realmente existe y es más poderoso que Dios.
Cuando analizamos las Escrituras, y leemos acerca de la creación del universo y del hombre y de las magníficas curaciones que hicieron los profetas a través de su oración, no podemos menos que llegar a la conclusión de que Dios es realmente poderoso. De hecho, es el único poder. En ningún lado habla la Biblia de la creación del mal, por lo que podemos afirmar con autoridad bíblica que Dios no creó el mal, y por ende el mal no tiene existencia verdadera ni poder. No obstante, a veces el mal se manifiesta de una manera tan agresiva que usted podría preguntarme: “¿Cómo puede decir que el mal no existe, que no tiene poder, cuando yo estoy sufriendo tanto? El odio que esa persona me manifiesta o el dolor que me produce esta enfermedad es muy real”.
La Biblia sí afirma que Dios creó a cada uno de nosotros. En Isaías leemos: “Así dice Jehová, el Santo de Israel, y su Formador: ...Yo hice la tierra, y creé sobre ella al hombre”. Isaías 45:11-12. Esto quiere decir que el hombre no es una creación del mal ni de la materia. Y en Eclesiastés leemos: “Dios hizo al hombre recto, pero ellos buscaron muchas perversiones”. Eclesiastés 7:29. De lo que podemos deducir que todos los hijos de Dios son buenos por naturaleza.
¿Qué es entonces lo que nos impulsa a obrar mal? Son esas sugestiones mentales ilusorias que dicen que el mal es real. Quien está bajo la influencia de ese tipo de hipnotismo, por ejemplo puede creer que los pensamientos de maldad o enfermedad son su propio pensamiento. Pero como cada uno de nosotros es bueno, como dice la Biblia, no podemos albergar ese tipo de pensamientos.
Recuerdo una experiencia que tuve hace muchos años. Hacía ya bastante tiempo que estaba estudiando la Lección Bíblica y asistía con regularidad a los servicios religiosos de una iglesia filial de la Christian Science. Estaba profundamente agradecida y quería de todo corazón hacerme miembro de esa filial y luego de La Iglesia Madre. Deseaba colaborar y de alguna manera retribuir tantas bendiciones recibidas, pero tomaba alcohol. No era alcohólica pero tomaba vino en las comidas y tenía miedo de asumir un compromiso con la Iglesia y luego ser tentada a tomar alcohol.
¿Qué es entonces lo que nos impulsa a obrar mal?
Un día mi esposo me dijo que iba a pedir una solicitud para hacerse miembro de la iglesia filial, y yo le dije que me trajera una para mí también. Ese mismo día le dije que a partir de ese momento yo no tomaba más alcohol, porque quería afiliarme a la iglesia.
Al día siguiente, hubo una fiesta en mi trabajo, y alguien puso delante de mí una jarra de vino. Ahí mismo reconocí la tentación tratando de hacerme retroceder en mi progreso espiritual. Pero yo miré la jarra y fue como si me hubieran puesto un florero en su lugar, no sentí ningún deseo de tomar alcohol. La curación fue completa.
Quiero aclarar que antes de ese día yo no me había dado cuenta de que mi curación ya estaba en marcha, puesto que hacía ya tiempo que no toleraba el olor de algunas bebidas alcohólicas.
A veces me he preguntado por qué el capítulo del "Magnetismo animal desenmascarado" que incluyó la Sra. Eddy en Ciencia y Salud, es tan breve en comparación con otros capítulos. Hasta que un día percibí que es necesario saber que el mal es irreal, que puede ser sutil, que no tiene más poder que el que nuestra creencia le dé; pero no necesitamos saber nada más del mal. Lo que va a sanarnos es nuestro conocimiento del bien, no del mal. Es nuestro conocimiento de Dios, el bien, lo que nos salva de la enfermedad, del pecado y de la muerte.
La Sra. Eddy dice en Ciencia y Salud: “¿No oís a toda la humanidad hablar del modelo imperfecto? El mundo lo pone delante de vuestra vista continuamente”.Ciencia y Salud, pág. 248. Todos admiramos la dedicación de los profesionales de la medicina y sabemos del amor que expresan en su esfuerzo por sanar. Pero también es importante reconocer la influencia nociva que las propagandas de medicamentos tienen en el pensamiento del público cuando hablan de enfermedades que muchas veces ni siquiera sabíamos que existían. En nuestro estudio de la Biblia y de Ciencia y Salud aprendemos a protegernos de esas imágenes falsas, y a ver en nosotros y en los demás, sólo a los hijos espirituales y perfectos de Dios.
El comprender nuestra inquebrantable relación con nuestro Padre-Madre, nos ayuda a ver la irrealidad del mal. Esto es lo que Cristo Jesús comprendía. En la Biblia leemos que hablaba con autoridad y convicción a los espíritus inmundos, o creencias malas, y así sanaba a los enfermos. Cuando un hombre le trajo a su hijo enfermo de epilepsia, Jesús reprendió con autoridad al espíritu inmundo: “Espíritu mudo y sordo, yo te mando, sal de él, y no entres más en él”. Marcos 9:25. En una ocasión tuve un problema físico y fue exactamente eso lo que hice.
Un día descubrí que tenía una infección en el ojo derecho. Oré durante varias semanas para sanar, pero no con la convicción que debía. Lo que sí logré fue dominar el temor de que “por lógica” la infección se transmitiría al otro ojo. Me ayudó mucho leer este pasaje de Ciencia y Salud: “Los pensamientos y propósitos malos no tienen más alcance ni hacen más daño, de lo que la creencia de uno permita. Los malos pensamientos, las concupiscencias y los propósitos malévolos no pueden ir, cual polen errante, de una mente humana a otra, encontrando alojamiento insospechado, si la virtud y la verdad construyen una fuerte defensa”.Ciencia y Salud, pág. 234.
Una tarde volvía del trabajo a casa sola en el coche, y decidí orar para solucionar el problema. Oré negando mentalmente que el mal pudiera tener poder. Afirmé que el bien, Dios, está en todas partes y que el hombre es la expresión de Dios. Insistí en que Dios es la única presencia y poder.Ibid., pág. 473.
Al día siguiente, cuando me levanté para ir a trabajar, la infección del ojo estaba peor que nunca. Era como si el problema me dijera: “Ves, no podés luchar contra mí”. Pero en vez de sentirme desalentada refuté el mal con todo mi corazón, limpié el ojo, y me terminé de arreglar. Ese fue el fin de la infección; nunca volvió.
Aprendí que no tenía que entender nada sobre el mal ni leer ni oír acerca de él, sino comprender la Verdad. Necesitaba saber que existe un solo poder, que es Dios, que nosotros somos Sus hijos amados, hechos a Su imagen y semejanza, y que el mal, magnetismo animal o hipnotismo, no tiene ningún poder. Es tan solo una creencia falsa que se desvanece ante nuestro reconocimiento de la presencia absoluta del bien.
    