Hace Algunos Años, al despertar una mañana, sentí un dolor intenso en ambas manos. Estaban inflamadas y no las podía mover. Lo mismo ocurría con las muñecas, los codos y las rodillas. Mi esposo hizo todo lo posible por ayudarme. Le pidió a una practicista de la Christian Science que me diera tratamiento por medio de la oración, y también llamó a una enfermera de la Christian Science que venía todas las mañanas por dos horas para brindarme su amoroso cuidado. Hablábamos con la practicista por teléfono todos los días. Los amigos que me visitaron me dijeron que seguramente tendría que pasar el resto de mi vida en una silla de ruedas.
Sin embargo, yo sabía que Dios es mi Vida, y me aferré a la verdad. Confiamos incondicionalmente en Dios. Como dice el libro de Isaías: “No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia” (41:10).
Habíamos planeado un viaje, y nuestros amigos nos preguntaron cuando lo íbamos a cancelar, ya que para ellos era obvio que nos sería imposible realizarlo. Yo les dije que todavía faltaban varias semanas para el viaje y que con la ayuda de Dios podríamos hacerlo. El día de nuestra partida me costó llegar al auto. Pero me dije a mí misma, “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Filip. 4:13).
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