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Una introducción a la Biblia

Isaías, Jeremías y Ezequiel

Del número de noviembre de 1998 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Supongamos que hay varios chicos que son muy buenos amigos tuyos. Van juntos a la escuela, juegan juntos, y tú los quieres mucho. Pero un día comienzan a decir que les gustaría hacer cosas que tú sabes que son malas, y algunos hasta empiezan a hacerlas. Tú sabes que lo que ellos hacen y piensan les va a hacer mucho daño. ¿Qué harías al respecto?

¿Piensas que deberías decir algo? ¿Acaso deberías decirles que lo que piensan, hablan o hacen está mal? Tal vez no les caiga bien que les digas eso, y dejen de ser tus amigos. Pero si realmente los quieres, ¿no deberías decírselo de todos modos?

Isaías, Jeremías y Ezequiel se enfrentaron con una situación así. Y si lees los libros de la Biblia que llevan sus nombres, puedes descubrir cómo contestaron a esta pregunta tan difícil: “¿Es correcto decirles a quienes quieres, que lo que hacen está mal?”

Isaías, Jeremías y Ezequiel crecieron creyendo en un solo Dios, y comprendían que Él era el único poder que existe. Eran hombres buenos, obedecían la ley de Dios, los Diez Mandamientos. También sentían con tanta fuerza el amor que el Padre siente por Sus hijos, que querían ayudar a los demás a sentirlo. Ese amor que sentían de Dios los hacía preocuparse por los demás y hablar con ellos, para que comprendieran que estaban cometiendo un gran error al no confiar en la ayuda divina.

Isaías, Jeremías y Ezequiel fueron llamados los profetas del Señor. Podían ver cuán importante era amar a Dios y cumplir Sus mandamientos. Y compartían esta visión con quienes los rodeaban, aunque a veces esto hacía que fueran muy poco populares.

Cuando Isaías vio que la gente de su país pecaba y en lugar de adorar a Dios, adoraba ídolos —estatuillas talladas en piedra o madera—, él sabía en su corazón que esto les haría mucho daño. Y él amaba tanto a Dios, que les dijo lo que pensaba. Isaías tuvo que tener mucho valor para decirle a la gente que Dios quería que dejaran de hacer cosas malas (véase Isaías, caps. 1 y 2).

Como Isaías fue leal a Dios, y siguió Su guía lo mejor que pudo, percibió el futuro y vio un mundo lleno de paz, donde todos se amaban sinceramente los unos a los otros, y donde no había mal. También previó y prometió la venida del Mesías. Escribió esta visión, esta percepción espiritual, en el libro de Isaías (véanse caps. 2 y 11, por ejemplo).

Jeremías sentía el mismo amor a Dios y su gente. Y al igual que Isaías, no pudo dejar de hablar en contra del mal que veía hacer a los demás. Jeremías vio que la gente que él quería se apartaba de tener fe en un solo Dios, y creían en todo tipo de cosas que sólo les hacían daño. Entonces les habló del peligro que corrían al hacer esto (véase Jeremías, caps. 10–12). No obstante, su percepción espiritual le permitió percibir que el amor que Dios siente por Sus hijos nunca cambia, por más que se aparten de Él (véase Jer. 31:3–14; 33:1–12).

Jeremías también habló del amor invariable que Dios siente por Sus Hijos, y el pacto que hizo Dios con la casa de Israel (véase Jer. 31:33). Este pacto significa que Dios cumplirá con las promesas que hizo, pase lo que pase. Su visión espiritual le permitió a Jeremías ver que con el tiempo, todos amarían y obedecerían a Dios, y sentirían la paz y la alegría que acompañan este amor (véase Jer. 31).

Ezequiel también sabía, percibía espiritualmente, cuánto ama Dios a Sus hijos. Le dijo a la gente que se tenían que arrepentir —apartarse de las cosas malas que estaban haciendo— y comenzar a obedecer los mandamientos de Dios otra vez. Ayudó a los demás a comprender el amor que Dios tenía por ellos diciéndoles que Dios es un pastor que cuida de sus ovejas. Dijo: “...así ha dicho Jehová el Señor: He aquí, yo, yo mismo iré a buscar mis ovejas, y las reconoceré. Como reconoce su rebaño el pastor el día que está en medio de sus ovejas esparcidas, así reconoceré mis ovejas, y las libraré de todos los lugares en que fueron esparcidas el día del nublado y de la oscuridad... Y vosotras, ovejas mías, ovejas de mi pasto, hombres sois, y yo vuestro Dios, dice Jehová el Señor”. (Ezeq. 34:11, 12, 31).

Las palabras de estos tres profetas han sido preservadas en la Biblia para que nos ayuden a nosotros también. Nos pueden ayudar a sentir el gran amor de Dios, especialmente cuando nos sentimos solos o confundidos. Y nos pueden ayudar a desear y hacer sólo el bien. El ejemplo que dejaron Isaías, Jeremías y Ezequiel, también nos puede dar la fortaleza y el valor para decir la verdad. Para que confiemos en que Dios nos mostrará qué debemos decir y hacer para ayudar a nuestros amigos a sentir también el amor del Padre.

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