“Porque Jehová da la sabiduría, y de su boca viene el conocimiento y la inteligencia”. Proverbios 2:6. Desde que descubrí la Christian Science he tenido muchas oportunidades de comprobar esta declaración de la Biblia y me alegra poder compartir con ustedes algunas de ellas.
Al Finalizar mi formación como docente especializada, debía aprobar un examen práctico: dos especialistas iban a venir a evaluar mi clase.
Muy segura de mi inteligencia y convencida de que no tenía nada más que aprender, no dediqué mucho tiempo a la preparación de mi clase ni a orar sobre el tema.
Como resultado, los comentarios de los especialistas fueron desastrosos. Me había ido muy mal y mi orgullo estaba profundamente herido. No obstante, ¡este fracaso me despertó! Podía presentar el examen nuevamente y esta vez me preparé de manera muy diferente.
Solicité ayuda mediante la oración a una practicista de la Christian Science, y comprendí mejor que no son nuestros dones personales limitados los que nos permiten tener éxito, sino las cualidades que expresamos de Dios. También comprendí que sin esfuerzo, no podemos esperar un resultado favorable.
La oración me permitió percibir cuál es la verdadera fuente de la inteligencia y comprender que esta inteligencia es universal, y no se limita a ciertos seres dotados de nacimiento. Trabajé con los apuntes de mis cursos y con los comentarios de los examinadores para preparar una clase bien organizada. Pero no recibía ninguna idea. Era como si hubiera perdido todos mis recursos.
La mañana del examen (que tendría lugar a las catorce horas) seguía sin tener la menor idea de lo que iba a hacer. Llamé a la practicista para comentarle mi desconcierto y ella me recordó un pasaje del artículo titulado “Los ángeles” de Mary Baker Eddy: “Dios os da Sus ideas espirituales, y ellas, a su vez os dan vuestra provisión diaria. Nunca pidáis para el mañana; es suficiente que el Amor divino es una ayuda siempre presente; y si esperáis jamás dudando, tendréis en todo momento todo lo que necesitéis”.Escritos Misceláneos, pág. 307.
Me fui para la escuela menos preocupada, pero seguía sin saber en qué consistiría mi clase. A las once tenía que reemplazar a una colega. Dudé, ¿no sería mejor pedirle a otro colega que hiciera esta suplencia para disponer de más tiempo para prepararme? Pero consideré que eso significaría no tener confianza en el hecho de que Dios nos da “a cada instante” todo lo que necesitamos. Fue justamente durante esa hora de clase que uno de los alumnos, con una pregunta insubstancial, me dio el tema de mi clase de examen que preparé durante la hora del almuerzo.
El examen fue muy armonioso, los especialistas me llenaron de elogios. ¡Había obtenido mi título!
Esta experiencia me enseñó que es inútil pretender apoyarnos en nuestra propia inteligencia: la sabiduría, la inteligencia y todas las ideas correctas vienen de Dios. Tuve que reconocerlo cuando me sentí totalmente impotente en el momento de preparar mi segundo examen. Esta experiencia me brindó un fundamento sólido sobre el cual apoyarme cuando, varios años más tarde, consideré cambiar totalmente de profesión.
Después de haber trabajado casi veinte años en una profesión en la cual sentía que ya había logrado el máximo desarrollo de mis capacidades, oré para saber hacia dónde dirigir mis pasos y fui guiada a presentar el examen de ingreso a una escuela universitaria de traducción.
Nunca había sido muy buena para los idiomas y esta respuesta a mi oración me sorprendió un poco, pero al mismo tiempo sentí que la traducción era un campo en el cual podría sentirme a gusto. Durante los exámenes recurrí a Dios, con la certeza de que Él sabía hacia dónde debía dirigirme y que de Él venían la comprensión y la inspiración. Durante las pruebas, varias veces me enfrenté con textos que no lograba comprender totalmente. Entonces dejaba de escribir, y oraba. La inspiración divina no me falló, ya que estuve dentro de los setenta postulantes ganadores sobre un total de cuatrocientos aproximadamente.
A lo largo de la carrera, en varias ocasiones, tuve oportunidad de percibir que esta inspiración divina está siempre presente, cuando estamos alerta. He aquí tres ejemplos entre muchos otros.
Antes de los exámenes, siempre oraba para saber que Dios me guiaría y que yo reflejaba Su inteligencia infinita. En dos oportunidades, ese apoyo de Dios se manifestó de manera muy concreta. La primera vez, al releer un texto, me vino la idea de que tenía que sacar un guión ubicado entre dos palabras. Estaba segura de lo que había escrito, y primero lo dejé, luego lo borré, lo volví a poner, lo borré, varias veces, hasta que me pregunté con firmeza: “Oraste para saber que toda la inteligencia viene de Dios, ¿vas a dejar de porfiar y escuchar a Dios?” Obedecí. La segunda vez, se trataba de un examen de derecho internacional. Yo había decidido que había siete miembros en una cierta comisión de la ONU, pero una vocecita me decía que había trece. Dudé nuevamente y razoné un buen rato antes de obedecer. Por supuesto, en los dos casos, la vocecita tenía razón: ¿Podía equivocarse la inteligencia divina?
El último ejemplo me hizo sentir aún más contenta. Durante los meses anteriores a los exámenes de fin de año, muchos estudiantes estaban muy preocupados por la calificación que un determinado profesor les iba a poner. El docente tenía fama de ser muy injusto, y de no sentirse satisfecho si no reprobaba por lo menos a un alumno. Yo no le tenía mucho miedo, mis notas anteriores eran bastante buenas y el resultado del examen tendría que haber sido realmente desastroso para que me reprobara. Pero en otra asignatura mi situación no era tan segura, y además no me llevaba muy bien con el profesor.
Mientras preparaba estos exámenes, oré para saber que todos, estudiantes y profesores, éramos hijos de Dios. Él nos transmitía a todos sabiduría e inteligencia. Las verdades que yo afirmaba para mí eran universales. No nos encontrábamos en una situación en la cual profesores más o menos injustos evaluaban los trabajos de estudiantes más o menos inspirados, sino que estábamos todos regidos por la ley divina. Como lo indica Mary Baker Eddy en Ciencia y Salud: “No es la intercomunicación personal, sino la ley divina, lo que comunica la verdad, la salud y la armonía a la tierra y a la humanidad”.Ciencia y Salud, pág. 72. Siendo ésta la ley del Amor, no podía existir un profesor mezquino y arbitrario.
Cuando fui a ver los resultados de los dos exámenes publicados en el pasillo de la universidad, pude constatar que, si bien yo había aprobado, más de la mitad de los estudiantes habían sido reprobados, todos con el primer profesor que mencioné. Me rebelé interiormente contra este resultado y no lo acepté como definitivo. Los estudiantes que no habían aprobado tenían la posibilidad de volver a dar el examen después de las vacaciones de verano y así obtener su título. Durante todo el verano, cada vez que pensaba en esos exámenes, afirmaba las verdades que me habían ayudado en los meses anteriores. No pude ir a ver los resultados de los nuevos exámenes, pero cuando le pregunté a una ex compañera de clase cómo les había ido, ella me contestó que todos habían aprobado el examen.
¡Qué gratitud sentí al recibir la noticia! Para mí fue una prueba concreta de la ley del Amor en acción, y también del hecho de que “uno solo del lado de Dios es mayoría”.Esc. Mis., pág. 102.
Estos ejemplos nos muestran que, sea cual sea la situación, Dios siempre tiene la solución. En períodos de exámenes podemos recurrir a Él porque siempre responde a nuestras necesidades.
    