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Hoy, ¿Qué importancia tiene Jesús?

Del número de diciembre de 1998 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Puede parecer casi impertinente cuestionar la importancia de Jesús, sobre todo para un cristiano que asista regularmente a la iglesia y lleve su Biblia a todas partes. Pero me sorprendió la respuesta que me dio hace poco un joven empresario al hacerle esta pregunta mientras cenábamos juntos.

Básicamente, me dijo que sabía que todos debíamos ser honestos, trabajadores, buenos, etc., pero que Cristo Jesús por ser el Hijo de Dios, era tan bueno y espiritual que nadie podía igualarlo. De modo que, ¿para qué intentarlo? “Por lo menos, no por ahora”, agregó, “porque en este momento hay un montón de otras cosas que quiero hacer”.

Sus comentarios me hicieron considerar con mayor profundidad la importancia que tiene hoy en día lo que Jesús dijo e hizo hace dos mil años. Me pregunté cuáles eran exactamente las “otras cosas” que la gente actualmente preferiría hacer. Consideré la situación de mi amigo. Tiene un buen empleo; la gente lo aprecia; tiene muchos amigos; goza de buena salud y le encanta el golf. En resumen: ¡se siente feliz! Por el momento, no parece interesado en cambiar nada de lo que está haciendo. Desde su punto de vista, ¿por qué debería hacerlo?

No pude dejar de pensar en el relato bíblico acerca de otro hombre, que vino una vez a Jesús y le preguntó qué debía hacer para heredar la vida eterna. Ver Marcos 10:17-22. Jesús le dijo que lo primero que debía hacer era obedecer los Diez Mandamientos. Cuando el hombre le respondió que ya lo estaba haciendo, el Maestro lo miró con atención, lo amó, y luego le dijo: “Una cosa te falta: anda, vende todo lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven, sígueme, tomando tu cruz”.

Es evidente que al hombre no le alegró la respuesta. Era rico, y según parece no estaba dispuesto a cambiar lo que creía era un buen estilo de vida, de modo que “se fue triste”. Lo que Jesús le dijo no le resultó demasiado útil o importante para su concepto de lo que era una vida feliz y satisfactoria.

Después de pensar mucho en la conversación que tuve con mi amigo, y en el relato de Jesús y el joven rico, he comenzado a cuestionarme si la importancia que le damos a alguien no está en relación directa con lo que esa persona pueda hacer por nosotros. Tal parecería ser el caso del hombre que vino a Jesús. Él consideraba la vida en términos de lo que podía obtener de ella, en tanto que Jesús la consideraba desde el punto de vista de lo que podía dar a los demás.

Este punto de vista se ve claramente en la declaración de Jesús: “Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia”. Juan 10:10. Cabe preguntarnos entonces: “¿Qué enfoque de la vida produce felicidad y satisfacción verdaderas? ¿El que se centra en satisfacer los deseos y las necesidades personales, o el que se centra en Dios, mirando más allá de nosotros mismos, para saber cómo bendecir a otros?”

Los Evangelios muestran claramente que Jesús tenía un profundo interés en satisfacer las necesidades humanas. Los enfermos venían a él y los sanaba. Alimentó a los hambrientos. Restauró la vista a los ciegos y el oído a los sordos. Resolvió problemas de relaciones humanas. ¡Y hasta resucitó muertos en tres ocasiones!

Jesús cumplió su misión a través de un claro entendimiento de la naturaleza de Dios como el bien, infinito, como el Amor divino, y del hombre como la semejanza de Dios. Esta idea pura y espiritual era el Cristo, y Jesús lo incorporó tan plenamente que aquellos que presenciaron su obra sanadora le otorgaron el nombre de Cristo, o Mesías. Jesús mismo atribuía su poder curativo únicamente a Dios. En el evangelio de Juan dijo inequívocamente: “No puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre; porque todo lo que el Padre hace, también lo hace el Hijo igualmente”. Juan 5:19.

Tal vez sea una pregunta extraña pero, ¿cree usted que Jesús era un hombre feliz? Quizás podría responderla recordando alguna ocasión en que usted haya tenido un gesto de bondad para con otros. ¿Cómo se sintió? ¿Se preguntó qué fue lo que impulsó ese deseo? Creo que Jesús lo sabía. Dijo a sus discípulos: “Como el Padre me ha amado, así también yo os he amado; permaneced en mi amor” ... “Estas cosas os he hablado, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea cumplido”. Juan 15:9, 11. Tengo que creer que el gozo al que Jesús se estaba refiriendo era profundamente satisfactorio y duradero.

En su encuentro con el joven rico, el Maestro le prometió “tesoros en el cielo” si dejaba las cosas materiales y seguía el ejemplo espiritual dado por él. Para mí, esta promesa representa el deseo de Jesús de compartir el secreto del gozo y la felicidad verdaderos. Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras por Mary Baker Eddy explica: “Para ser verdaderamente feliz, el hombre debe armonizar con su Principio, el Amor divino; el Hijo debe estar de acuerdo con el Padre, en conformidad con Cristo”.Ciencia y Salud, pág. 337.

Si verdaderamente la importancia que hoy damos a Jesús está en proporción a lo que sus enseñanzas puedan hacer por nosotros, podríamos preguntarnos qué es lo que creemos sinceramente que nos proporciona una vida feliz, abundante y satisfactoria. Ciencia y Salud ofrece esta respuesta: “La ambición no egoísta, nobles móviles de vida y la pureza son los elementos del pensamiento que, al mezclarse, constituyen individual y colectivamente la verdadera felicidad, fuerza y permanencia”.Ibid., pág. 58. Estos elementos describen maravillosamente la vida y el ministerio de Cristo Jesús.

Habiendo leído y estudiado la vida de Jesús a través de los años, pienso que la única forma que tengo de obtener el “tesoro en el cielo” es siguiendo el ejemplo de su vida lo mejor que pueda. Cuando me pregunto cuáles han sido los momentos más felices y placenteros de mi vida, puedo decir con honestidad que han sido aquellos en los que he sentido que estaba cumpliendo con el propósito que Dios tiene para mí y haciendo una diferencia en la vida de alguien. Esos momentos sobrepasan por lejos la excitación pasajera de comprar un auto nuevo, ganar una competencia deportiva o hacer un buen negocio en el mercado de valores.

Creo que Jesús lo expresó de la mejor manera en el Sermón del Monte cuando dijo: “No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón”. Mateo 6: 19-21. Estas palabras del Maestro son tan relevantes hoy como lo fueron hace dos mil años. Jesús las probó por sí mismo y enseñó a otros la posibilidad de hacerlo. Eso lo convierte en alguien muy especial. También lo hace relevante.

Espero tener pronto otra conversación con mi amigo, aquel joven empresario. Quiero preguntarle si cualquiera de las “otras cosas” que dice que quiere hacer le darán realmente más alegría y felicidad de la que ya ha vivido en los actos espontáneos de bondad que ha tenido hacia los demás. No conozco a nadie que nos diga mejor que Jesús cómo llevar a cabo estas acciones.

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