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Todo el mensaje de Cristo: esencial para la felicidad

Del número de diciembre de 1998 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Dios es el Amor divino, y todo aquel que entiende la naturaleza y el poder del Amor, descubre la verdadera felicidad. Cristo Jesús fue el ejemplo de este entendimiento. Él lo ilustró sanando al enfermo, predicando y enseñando.

Durante su ministerio Jesús habló de la perfección y bondad de Dios, y demostró cómo podemos probar nuestra perfección como hijos de Dios. Indicó que la voluntad de Dios es suprema en la tierra tanto como en el cielo. Enseñó que Dios es nuestro Padre celestial, y que el reino de los cielos se ha acercado. Habló de la vida eterna y de un Dios que nos protege, sana y bendice. Este entendimiento del Amor divino le dio a Jesús un regocijo perdurable y nos puede traer felicidad también a nosotros.

Pero éste no fue el único mensaje de Jesús. Aparte de revelar el amor universal de Dios hacia el hombre, habló de la obligación Cristiana de amar a los demás. Él le dijo a sus discípulos que predicaran que “el reino de los cielos se ha acercado”. Y añadió: “Sanad enfermos, limpiad leprosos, resucitad muertos, echad fuera demonios; de gracia recibisteis, dad de gracia”. Mateo 10:7, 8. Conforme damos, amamos, y sanamos a otros en respuesta al Cristo, crecemos espiritualmente. Aumentamos nuestra capacidad para recibir y expresar regocijo.

El mandamiento de Jesús de que demos liberalmente revela algo de la verdadera naturaleza del hombre. La Biblia nos dice que Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza. El hombre, entonces, es la imagen del Amor. Debido a que dar es parte de la naturaleza de Dios, también debe de ser parte de la verdadera naturaleza del hombre, como reflejo de Dios, para que exprese la naturaleza divina.

Por medio de la obediencia a nuestras obligaciones como Cristianos, vemos lo natural que es dar liberalmente tanto para compartir la felicidad como para recibirla. Experimentamos en cierta medida la verdadera individualidad del hombre como la imagen de Dios. La felicidad no sólo viene cuando aprendemos que Dios nos ama y nos cuida, también viene cuando nos damos cuenta de la habilidad, la gracia y el poder inherentes que tenemos como hijos de Dios.

A menudo somos menos entusiastas con la instrucción de Jesús de amar a los demás, que con su mensaje de que Dios nos ama. La mente humana puede ser egocéntrica. Puede optar por recibir dádivas de bondad en vez de trabajar y sacrificar para los demás. Pero el vivir Cristiano nos trae mucho regocijo y es también esencial para que el regocijo de Jesús perdure en nosotros.

“Las pruebas sirven para rescatarnos”

Jesús también nos dio esta extraordinaria promesa: “En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo”. Juan 16:33. En el mundo, en las creencias materiales, el sentido corporal y la carne, hay aflicciones. Pero nosotros podemos regocijarnos, porque el Cristo, la Verdad, puede destruir todo elemento de pensamiento mundano, de materialidad, como Jesús lo comprobó. En Cristo no hay error.

El mensaje Cristiano de aflicción en el mundo, en el sentido carnal de la existencia, es difícil de sobrellevar, porque en nuestro error creemos que el hombre es material. Equivocadamente nos identificamos con la sensación material, creemos incorrectamente en la substancialidad de la materia, y así sufrimos cuando el Cristo desenmascara y destruye como erróneas a las creencias materiales. Pero las pruebas de la carne (la desintegración de las creencias materiales) que ocurre cuando el Cristo vence al mundo, nunca causa daño al hombre. Nunca tocan nuestro verdadero ser.

El discípulo Pedro comprendió esto. Él escribió, “Amados, no os sorprendáis del fuego de prueba que os ha sobrevenido, como si alguna cosa extraña os aconteciese, sino gozaos por cuanto sois participantes de los padecimientos de Cristo, para que también en la revelación de su gloria os gocéis con gran alegría”. 1 Pedro 4:12, 13.

Podemos regocijarnos cuando las tribulaciones nos hacen volver nuestro pensamiento de la tierra hacia el cielo, de la materia al Espíritu y del error a la Verdad. La Sra. Eddy escribe: “El cristianismo no es superfluo. Su poder redentor se manifiesta en duras pruebas, abnegaciones, y crucifixiones de la carne. Mas éstas vienen al rescate de los mortales para amonestarlos y plantar sus pies firmemente en el Cristo”.Escritos Misceláneos, pág. 107.

Las pruebas sirven para rescatarnos. Nos pueden salvar de los peligros. El peligro no está en las pruebas en sí, sino en la complacencia con lo material, en la ignorancia y el pecado del pensamiento carnal. No hay paz perdurable en una ilusión o en un sueño. Las pruebas revelan la futilidad de la sensualidad y el pecado. Las pruebas nos reprenden. Castigan nuestro egoísmo, nuestro orgullo, nuestra terquedad y nuestro egocentrismo. La demanda Cristiana es ceder a la Mente divina. Es negar el sentido material del ser de manera que podamos servir a Dios.

Las pruebas plantan nuestros pies firmemente en Cristo. Cuando confrontamos dificultades buscamos la ayuda de Dios y nos mantenemos más firmemente en la Verdad. Conforme encontramos la ayuda que nos da el Cristo, comenzamos a edificar nuestras vidas en la roca del Cristo. Las tormentas no nos vencen. Caminamos con seguridad en el camino recto y angosto hacia una victoria total sobre el mal.

Dios nunca manda las pruebas o el sufrimiento. El sufrimiento es un falso sentido del ser. Muestra la autodestrucción del error. Cuando el Cristo, la Verdad, vence el falso sentido mundano, desaparece la aflicción. Encontramos que el reino de Dios está a nuestro alcance, el reino de la armonía, de la salud, la vida y el regocijo.

Nuestra comprensión del papel que juegan las tribulaciones al redimirnos del error, del falso sentido de vida que sufre, nos libera del temor y de sentirnos abrumados. Nos ayuda a ver nada del error y la totalidad de Dios, la Verdad y el Amor divinos. Cada aspecto de las enseñanzas de Cristo Jesús nos bendice y nos acerca a la felicidad completa. La gloria y el todo poder de Dios fueron demostrados por Cristo Jesús y en la Ciencia del Cristo encontramos que el regocijo que Jesús expresaba continúa con nosotros y es para nosotros.

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