Imagínate esto: la ciudad donde vives ha sido destruída por una guerra, la mayoría de la gente ha desaparecido, y los que quedan tienen muchas dificultades y están muy afligidos. Así se encontraba Jerusalén. La ciudad santa de la tierra de Judá estaba en ruinas. Los babilónicos habían derribado sus paredes y muchos hebreos vivían en cautividad.
Nehemías era uno de ellos. Él tenía un puesto importante en la corte de Artajerjes, rey de Persia, sirviendo como copero. Cuando Nehemías se enteró de los problemas en Jerusalén se puso muy triste. Se puso a orar de todo corazón para que Dios ayudara a su pueblo. Nehemías sabía que era necesario reparar el muro de la ciudad para que Jerusalén y su gente pudieran nuevamente ser fuertes. Pero, ¿cómo podría ayudar? ¿Lo dejaría ir el rey? El libro de Nehemías en la Biblia nos cuenta lo que pasó.
Antes de dar el primer paso para ayudar a su gente en Jerusalén, Nehemías oró. Cuando el rey Artajerjes vio que Nehemías estaba triste le preguntó qué pasaba. Nehemías le habló de Jerusalén, y cuando hubo orado a Dios le pidió permiso al rey para que lo dejara ir a Jerusalén y construir sus muros. El rey con gusto lo dejó ir y también lo designó gobernador de Judá.
Iniciar sesión para ver esta página
Para tener acceso total a los Heraldos, active una cuenta usando su suscripción impresa del Heraldo ¡o suscríbase hoy a JSH-Online!