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¿Una herencia material o espiritual?

Del número de diciembre de 1998 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Un Día Se Me Ocurrió pensar que la herencia podría referirse a mucho más que la transferencia de características físicas de padres a hijos. Y empecé a ver el concepto de herencia desde otras perspectivas.

Por ejemplo, ¿ha pensado alguna vez de los errores y dolencias del pasado como razgos característicos que ya forman parte de su vida? Bueno, yo lo hice. Pero la Christian Science nos demuestra que ese tipo de creencias sobre nosotros mismos son totalmente contrarias a la realidad del hombre como imagen de Dios.

Cuando aceptamos la verdad espiritual de que el verdadero ser del hombre es puro, el hijo inocente de Dios, eternamente perfecto como reflejo de Dios, nos liberamos de lo que podría llamarse, desde la perspectiva de este artículo, la herencia autoimpuesta. Tal herencia es la creencia de que estamos atrapados para siempre en un recurrir de ciertos pecados o enfermedades, porque somos un mortal que ha estado sometido a ellos en el pasado.

¿Qué hubiera ocurrido si el Apóstol Pablo se hubiera sentido así, teniendo siempre presente cómo él había sido antes cuando era perseguidor de los cristianos, y hubiera pensado que todo lo que tratara de hacer iba a estar condenado al fracaso debido a su herencia del pasado? Piense lo que el mundo hubiera perdido.

Pero no pensó así. Después de que su verdadero ser espiritual semejante al Cristo le fue revelado, Pablo siguió el ejemplo de Jesús por el resto de su vida, sanando enfermos y enseñando el cristianismo.

El hombre a imagen de Dios nunca está bajo ningún tipo de castigo, ni es una víctima indefensa de un pasado mortal. Y en realidad tiene sólo un tipo de herencia, la mejor de todas. ¿Por qué? Porque como hijo inmortal de Dios, que vive en el presente eterno, no en el pasado, el hombre es el eterno heredero de la bondad infinita de Dios. Pablo escribe: “El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo“. Rom. 8:16, 17.

¡Qué concepto sanador y liberador es éste! Como herederos de Dios tenemos el derecho de reclamar cada día nuestra herencia divina de pureza, integridad, salud, armonía; de realizar una actividad que nos satisface; de tener una provisión abundante, es decir, la libertad gloriosa de crecer en el Espíritu, incapaces de ser inhibidos por ningún reclamo de que hubo un pasado lleno de fracasos.

Yo solía pensar que, como hace muchos años algunos aspectos de mi forma de vivir no estaban de acuerdo con las enseñanzas de la Christian Science, yo no podía —o no merecía— demostrar el poder sanador de esta maravillosa Ciencia en la actualidad. Y cuando la curación parecía que tardaba, dejaba que entraran en mi pensamiento imágenes de un pasado mortal menos que perfecto, para ensombrecer mi visión y socavar mi convicción espiritual de las posibilidades siempre presentes de curación. El día que empecé a ver la herencia desde una nueva perspectiva, puse fin a esta manera de pensar que me hacía mirar hacia atrás. Permitir hoy que el comportamiento mortal del pasado y las actitudes (que nunca fueron verdaderas acerca del hombre real) nos roben la pureza y la perfección del hombre de Dios, es tan ridículo como pensar que, puesto que hemos estado en una habitación oscura por un tiempo, siempre vamos a estar a oscuras, ¡aunque al final encontremos donde estaba el interruptor!

La espiritualidad nos lleva a descubrir la herencia que el bien divino estableció en cada uno desde siempre

El pecado se sana cuando lo reconocemos como pecado, y eliminamos de nuestro pensamiento todo vestigio de su aparente atracción. Una buena forma de lograr esto es hacer lo que Pablo dice a los Corintios, llevar “cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo”. 2 Cor. 10:5. Podríamos preguntarnos: ¿Podría Jesús estar pensando este pensamiento pecaminoso? ¿Es esto lo que Jesús estaría planeando y tramando hacer? Si es fácil dar un categórico no, queda claro que estos pensamientos y acciones no son parte de nuestra verdadera naturaleza, y deben ser descartados.

El hombre a imagen de Dios es naturalmente puro y sin pecado. A medida que oramos diariamente para aceptar esta pureza, para controlar todos los pensamientos y deseos que están contra las enseñanzas y obras de Cristo Jesús, y nos esforzamos por ser la idea sin pecado que Dios creó, nuestra experiencia estará más de acuerdo con la realidad divina. Al orar y consagrarnos a vivir la bondad de Dios, estamos protegidos del pecado y de sus variadas y sutiles formas: las heredadas del pasado, por decirlo así, o las nuevas tentaciones de hoy.

También podemos estar alertas a la tendencia mortal de “heredar” la enfermedad de nosotros mismos. El invierno pasado, estuve escuchando en mi pensamiento sugestiones que decían que había estado muy enferma el año anterior, y aunque había aprendido mucho y finalmente sané, la curación no había sido rápido y definitiva, ¡y sería horrible tener que pasar por la misma situación otra vez! De repente me di cuenta de lo que estaba ocurriendo. Literalmente me estaba sentenciando a repetir ese pasado miserable. Le estaba dando realidad y poder, igual que si hubiera aceptado la creencia de que, porque algún ancestro tuvo resfríos todos los inviernos, ahora yo no iba a poder resistir la misma enfermedad. Bueno, no me iba a rendir a ningún ridículo alegato sobre la herencia, ya fuera de un ancestro o de un sentido falso de mi propio pasado.

Mary Baker Eddy escribe sobre la herencia en Ciencia y Salud. Y aunque en el siguiente texto ella usa el término con referencia a problemas que se heredan de los ascendientes, su observación es muy adecuada para lo que estamos hablando. Ella dice: “La transmisión hereditaria no es una ley. La causa o creencia remota de la enfermedad no es peligrosa por su prioridad y por la conexión de los pensamientos mortales del pasado con los del presente”.Ciencia y Salud, pág. 178.

Leí este párrafo muchas veces hasta que finalmente lo vi bajo una nueva luz. No tenía que verme a mí misma como una mortal desolada, sujeta a la “autoridad” de alguna enfermedad del pasado. ¡Qué maravilloso es comprender que los pensamientos mortales del pasado no tienen poder sobre mis pensamientos de hoy! Entonces el hecho de que haya pensado ésta o aquélla cosa errónea sobre mí misma el año anterior, no significa que tenga que estar atrapada por los mismos pensamientos otra vez. ¡Es evidente que una creencia falsa que no fue verdadera el año pasado o la semana pasada o ayer, tampoco es verdadera en este momento!

El hombre creado por Dios a Su propia y perfecta imagen —nuestra única individualidad verdadera— es inmune a la enfermedad, está siempre bajo el cuidado del Padre, establecido por siempre en la consciencia espiritual de la armonía y la salud. Esta consciencia espiritual es el reino de Dios; Jesús aseguró a sus discípulos que estaba dentro de ellos, y no tuvieron que ir corriendo a buscarlo, temiendo que nunca lo encontrarían, o que serían excluidos de su presencia debido a algún defecto mortal. Estaba donde ellos estaban a cada momento, en la pureza de su pensamiento espiritual.

Así fue como ese invierno disipé el temor que podría haber vuelto a repetir lo que sucedió el invierno anterior. En vez de estar esperando mentalmente la repetición de la enfermedad y el sufrimiento, agradecí la lección espiritual invalorable que había aprendido con mi curación, y no dejé entrar ningún cuadro mortal en mi pensamiento. Comprendí que la curación había sido muy importante y definitiva, y agradecí la poderosa convicción espiritual que obtuve: que soy la imagen de Dios que mora segura en Su reino, y estoy exenta de enfermedad y discordancia de cualquier índole. Demás está decir que pasé un invierno muy bueno, llena de salud y dicha.

Como no puede haber sombras en la luz espiritual de la Verdad, tampoco ninguna creencia peligrosa de “herencia” del pasado puede amenazar la armonía espiritual que Dios nos da hoy. La existencia del hombre está siempre en el punto de la perfección, como la idea completa de Dios. Qué agradecidos podemos estar por la convicción gloriosa de que somos la idea perfecta, en este preciso momento, y que ésa es siempre la única herencia que nos viene de Dios, porque somos en realidad “herederos de Dios y coherederos con Cristo”.

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