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Liberado del ocultismo, encontró la curación espiritual

Del número de diciembre de 1998 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Mi interés por la Christian Science comenzó cuando un compañero de trabajo me mostró un folleto titulado “Más sabios que serpientes”. Desde niño sabía de la existencia de Dios aunque realmente sabía muy poco de Él. El Dios que aprendí tenía una corte de santos, o dioses de menor nivel, y era un Dios bueno y malo a la vez, que creó al hombre y a la mujer materialmente.

Por esta vía llegué a convertirme en un idólatra por excelencia, pues con el pasar de los años pasé por todas las etapas posibles en busca de la verdad. Al momento de conocer la Christian Science ya había practicado varias religiones, incluso contaba con más de 20 años de iniciado en un culto local, todo lo cual profesaba y practicaba en forma activa con ahijados iniciados por mí, de los cuales yo era su guía y maestro.

A pesar de practicar todos los ritos de estas creencias, y tener conocimientos profundos, me sentía insatisfecho pensando que debía existir algo que realmente fuera la verdad, y que hasta ese momento no sentía a mi alrededor.

Mary Baker Eddy dice en Ciencia y Salud: “Así como los hijos de Israel fueron guiados triunfalmente a través del Mar Rojo, el oscuro flujo y reflujo del temor humano —así como fueron conducidos a través del desierto, caminando cansados por el gran yermo de las esperanzas humanas en espera del goce prometido— así la idea espiritual guiará todos los deseos justos en su jornada de los sentidos al Alma, de un concepto material de la existencia al espiritual, hasta alcanzar la gloria preparada para los que aman a Dios” (Pág. 566). Siento que esto fue verdad en mi vida por la forma en que fui guiado hacia la Verdad en la Christian Science.

Cuando conseguí Ciencia y Salud, en menos de tres semanas dejé de fumar. Realmente no necesitaba más para darme cuenta de que había despertado a la realidad, de un profundo sueño que me había mantenido en una ignorancia total de lo que realmente es Dios y el hombre. Ya no me cabían dudas de que todo lo que hasta ese momento había creído era falso, y la Mente divina sacó de mí el temor, me despertó del error, y recibí una sensación de gozo, de alegría, de paz y de felicidad que nunca había sentido.

A los dos meses de estar estudiando la Christian Science decidí cumplir el precepto divino de no tener falsos dioses delante de mí, y sin temor, me deshice de todas las cosas en las que hasta ese momento había creído, aunque tuve que enfrentar sugestiones que querían atemorizarme, diciéndome que algo me iba a pasar, y que iba a ser castigado o inclusive destruído. Pero yo sabía que el único Dios estaba conmigo y no me había abandonado nunca; mucho menos ahora que lo había encontrado y empezaba a conocerlo a Él y la unión eterna que existe entre la Mente divina y su idea, el hombre inmortal.

A los pocos días, en un accidente, una moto arrastró la bicicleta que montaba y caí violentamente al pavimento en una calle céntrica. Al recuperarme me vino al pensamiento negar ese aparente hecho, pues el reino de Dios es perfecto y en él no hay accidentes. Orando con este firme propósito me senté en el suelo y me puse a orar, aunque sentía dolor en la cara, en un hombro y el brazo. Cuando la gente se acercó, ya prácticamente había dominado la situación gracias a Dios, y pude responder con firmeza que no tenía nada. Se ofrecieron a llevarme al médico pero les agradecí y les dije que ya sabía cómo ir. De modo que cogí la bicicleta y me dirigí a la Sala de Lectura de la Christian Science, que era hacia donde me dirigía, y allí estuve leyendo tres horas. Aunque el dolor persistía, ya estaba aminorando, y al salir de allí el Amor divino me había aliviado bastante. Al llegar a mi casa, mi madre me quiso hacer y dar remedios, a los cuales me negué; me dí un baño y me puse a orar. Ya al acostarme estaba bastante calmado. Al día siguiente, muy temprano como de costumbre, estudié la Lección Bíblica del Cuaderno Trimestral de la Christian Science. Recuerdo que el tema era “Cristo Jesús”, y el mensaje del Texto Áureo tuvo un significado muy especial para mí. Decía: “Y nosotros hemos visto y testificamos que el Padre ha enviado al Hijo, el Salvador del mundo” (1 Juan, 4:14). A los tres días todo estaba normal como siempre.

Han transcurrido más de dos años, y puedo decir que aprendí a conocer la Verdad, pues ahora sé lo que es sentir paz, amor y gozo en los brazos de Dios.

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