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Curación de quemaduras

Del número de febrero de 1998 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Estoy Muy Feliz de ser Científico Cristiano y decidí escribir para decirles porqué.

La práctica diaria de esta Ciencia divina nos ha beneficiado tanto a mí como a mi familia en innumerables ocasiones, trayéndonos la curación de quemaduras muy serias, de estados gripales, fiebres, infecciones de oídos, angustias, complicaciones durante el embarazo y varias situaciones relacionadas con la búsqueda de empleo, mejores relaciones familiares y muchas otras cosas.

Durante los diez años que llevo trabajando y recorriendo los rápidos de diversos ríos, he podido comprobar lo práctica que resulta para los negocios comprender la ley espiritual de Dios.

Quiero mencionar una curación que fue muy especial para mí. Hace unos años, yo era gerente comercial de una nueva empresa especializada en excursiones por los rápidos. Durante una temporada comencé a sentirme muy preocupada por el bajísimo nivel de agua que tenía el río. Ese era el tercer año consecutivo que operaba la empresa y sería el decisivo para continuar o terminar con sus actividades.

Decidí enfrentar la situación con la ayuda de la oración. Di comienzo a la tarea preguntándome ¿cuál era la meta para este tratamiento? Razoné que todas sus metas conducían hacia el amor: abundancia, alegría, sustancia, éxito, salud. ¿Era posible que algo pudiese impedir la expresión de estas cualidades?

La definición que un diccionario da al término "influencia", dice en parte: "acto o poder de producir un efecto". Me basé en este significado para tener presente que la influencia divina se debe sentir. La Biblia nos dice: "Y aquel Verbo fue hecho carne" (Juan 1: 14). Comprendí que podía contar con la manifestación de la sabiduría y el poder de Dios en nuestra experiencia diaria.

Puesto que nuestra labor en esta empresa es la de superar limitaciones, crecer y reflejar la infinitud, comprendí que nada podía separarnos, a nosotros y a nuestros huéspedes, del bien, de la alegría y de la sustancia. Una idea de Dios, sea un huésped, un empleado, un río o un negocio, posee sin excepción, todo el bien en este preciso momento y podemos estar conscientes de inmediato de la existencia de ese bien.

Muy poco después de haber orado de esta manera por la situación, el propietario de la empresa indicó a todos los guías de las excursiones por los rápidos, que íbamos a reemplazar el recorrido habitual por otros con miras a apreciar más la naturaleza, el río, la flora y la fauna y a estrechar más la camaradería entre los guías y los huéspedes. Era la respuesta a mi oración. Disfruté profundamente de este nuevo enfoque y nuestros huéspedes también, a tal punto, que me olvidé por completo de los niveles del río que continuaban excesivamente bajos.

Después de dos semanas plenas de éxito, se desencadenó un verdadero diluvio, yo estaba afuera, bajo el chaparrón, riéndome y recordando la promesa que nos da la Biblia: "...os abriré las ventanas de los cielos, y derramaré sobre vosotros bendición hasta que sobreabunde" (Mal. 3:10). La lluvia se prolongó lo suficiente como para llenar todas las represas existentes río arriba, hasta alcanzar su caudal normal de verano, y nos proporcionó toda el agua que necesitábamos para toda la temporada.

Hace unos años, tuve una experiencia que me ayudó a aprender muchísimo sobre lo cerca que está Dios de mí y sobre el concepto de belleza. Estaba en casa de un amigo tratando de encender un calentador a gas, cuando de pronto, se produjo una llamarada que alcanzó mi cara, quemándome gran parte de las pestañas, las cejas y el cabello de alrededor de la cara. La piel estaba roja e increíblemente caliente, debido a las quemaduras de segundo grado (según me enteré después).

Mi amigo me hizo entrar en su casa y me puse en la cara paños mojados en agua fría. Pero cuanto más atención prestaba a mi cara, más molestias sentía. Yo sabía que podía apoyarme en una fuente más elevada para la curación y comencé a orar. Este simple reconocimiento del poder de Dios me permitió dejar de utilizar los paños mojados. El dolor desapareció de inmediato. Pero mi cara mostraba aun los efectos de las quemaduras y esto me cohibía mucho.

Entonces, llamé a una practicista de la Christian Science para que me diera tratamiento. Ella me consoló de inmediato y fortaleció mi confianza en la ayuda directa de Dios. Mientras oraba, dos pasajes de Ciencia y Salud, resultaron ser muy eficaces: "Los hombres y las mujeres inmortales son modelos del sentido espiritual, trazados por la Mente perfecta, y reflejan aquellos conceptos más elevados de belleza que trascienden todo sentido material" (pág. 247) y "La Ciencia Cristiana declara que la Mente es sustancia, también declara que la materia no siente ni sufre ni goza. Mantened esos puntos firmemente a la vista. Tened presente la realidad del ser— que el hombre es la imagen y semejanza de Dios, en quien toda la existencia está exenta de dolor y es permanente" (pág. 414).

Luego, comencé a pensar en mi concepto de belleza. ¿Acaso dependía de mi aspecto exterior, o reconocía en realidad que yo era una expresión del Alma? ¡Qué maravilla! Todo mi concepto acerca de la belleza tenía que provenir de mi interior. Yo sabía que era hija de Dios, espiritual e intacta y jamás había sido tocada por circunstancias materiales. La belleza incluye paciencia, gracia, regocijo. Se irradia hacia afuera, no es algo tan frágil como para que las llamas puedan consumir o distorsionar.

El dolor cesó instantáneamente. Y tiempo después, el cabello, las pestañas y cejas volvieron a crecer en forma normal, sin dejar cicatriz en mi piel blanca.

Estoy muy agradecida por estudiar y practicar la Christian Science.


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