Cuando Alguna Situación o condición aparentemente muy grave se presenta en su vida, en su país o en el mundo, ¿se lamenta y desespera porque ve que es irreversible? ¿Ora, anhelando que la situación mejore y esperando que ocurra un milagro? ¿O, quizás ora con la convicción y seguridad de que hay ahora una solución apropiada?
En la Biblia encontramos una respuesta. Véase Hechos 12: 1-17. Este relato ocurre alrededor del año 41 de nuestra era, en épocas de Herodes Agripa, último rey de Judea y nieto de Herodes el Grande, quien había ordenado matar a todos los niños recién nacidos al enterarse de la llegada del Salvador. En una maniobra tendiente a ganar la simpatía del pueblo judío, Herodes Agripa había puesto a Pedro en prisión. Un grupo de cristianos, reunido secretamente para protegerse de Herodes, decidió orar por la libertad de Pedro. De pronto, mientras oraban con fervor, golpearan a la puerta. Una muchacha se levantó, fue a ver quien era y se encontró con Pedro. Llena de alegría, fue corriendo a anunciar a los demás quién había llegado, pero le respondieron que estaba loca, que no podía ser Pedro, sino un espíritu. Pedro seguió golpeando hasta que finalmente le abrieron y todos se regocijaron dando gracias a Dios por la lección que habían recibido.
Esto muestra claramente que si bien ellos anhelaban fervientemente ver a Pedro en libertad, en su interior tenían serias dudas al respecto. ¿Burlar lo dispuesto por Herodes? ¡Imposible! Solamente si se producía un milagro. Sin embargo, Pedro estaba allí, libre.