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El bien, herencia divina del hombre

Del número de junio de 2000 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


LA CIUDAD donde vivo está ubicada a los pies de una gran montaña, de la cual estoy muy cerca. A veces el arco iris se proyecta en las faldas de la montaña y se ve tan cercano y grande que es imposible no sentirse fascinado por su belleza y resplandor de colores.

Un día, mientras lo admiraba, pensé: “¡Con qué bella señal cerró Dios Su pacto con Noé, y con todos los hombres!” Dios cerró su pacto con Noé con la promesa: “Estableceré mi pacto con vosotros, y no... habrá más diluvio para destruir la tierra”. Génesis 9:11. La figura del diluvio, como aquello que es destructivo, muestra lo que el odio, el resentimiento y la venganza quisieran lograr para hacer zozobrar relaciones entre amigos o hundir a alguien en la desdicha. La obediencia de Noé a la palabra de Dios le permitió ser testigo de la promesa de Dios y ver salva a su familia y a todo lo que lo rodeaba. Él demostró aprecio por la herencia de bien que había recibido de Dios, mostró así que era digno.

Cuando empecé a estudiar la Biblia junto con Ciencia y Salud, aprendí esta gran verdad: que el bien es una herencia natural del hombre, y que por derecho divino él es heredero sólo de lo que le confiere la bondad divina.

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