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La ley divina ajusta las transacciones comerciales

Del número de junio de 2000 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Hace Unos Años durante el mes de diciembre, una amiga me giró dinero desde los Estados Unidos en una carta por correo corriente. En marzo del siguiente año me llamó para preguntarme si lo había recibido, porque el banco donde hizo los trámites le dijo que el cheque había sido depositado por una casa de cambio en mi país. Le dije que me mandara el comprobante del cheque en el que decía quién lo había cambiado.

Cuando nos dirigimos con un amigo a la casa de cambio nos encontramos con el señor que lo había cambiado, y si bien no negó que lo había hecho me dijo que le llevara el original para darme el dinero.

Cuando llegué a mi casa me puse a orar para ver más claro cómo Dios hizo al hombre: honesto, perfecto y puro. Pude ver que el hombre que Dios quería y había creado era honesto. También encontré inspiración en un pasaje de Escritos Misceláneos, donde la Sra. Eddy refiriéndose al relato donde el apóstol Pedro sale de pesca, dice: “Nada de lo que Dios da se pierde; si Él hubiese llenado la red, no se habría roto” (pág. 111).

Un día me levanté y fui al correo principal, y al entrar oré pidiéndole a Dios que me indicara la persona que me podría orientar sobre lo que tenía que hacer. Inmediatamente fui a la sección de informaciones, y la joven que estaba ahí me mandó a “Jurídica”. Una señora allí me tomó de la mano y me llevó directamente a la oficina del director del correo, que por lo general era una persona muy difícil de ver. Cuando hablé con él me dijo que no me preocupara y que me iba a ayudar. Él mismo llamó a la casa de cambio y les dio la orden de que me entregaran el dinero. Luego me preguntó si quería denunciar a la policía al agente de cambios, y contesté que no.

Recuerdo que mientras hablaba con el director tenía presente en mi pensamiento que la ley de Dios, con Su amor, era la única que iba a hacer justicia, y que era Dios quien estaba obrando en esta situación.

Cuando fui a cobrar el dinero a la casa de cambio me quisieron dar el dinero en moneda local, pero no acepté, diciéndoles que lo quería cobrar en la misma moneda en que había sido girado, en dólares. Me contestaron que no tenían todo el dinero, y yo me quedé esperando. Durante ese tiempo —había llegado a las 2 de la tarde— hasta que finalmente me atendieron alrededor de las 6 de la tarde, estuve orando para mantener presente en mi pensamiento que el hombre creado por Dios es honesto y que por lo tanto no puede robar a su prójimo. Finalmente, me entregaron todo el dinero que tenían que darme. Al darle las gracias, me pidieron que no los denunciara a la policía, y les contesté que no lo haría.

Esta experiencia me enseñó que la solución de estos problemas no está siempre en poner preso al que se comporta deshonestamente con nosotros, que podemos apoyarnos en la ley divina de justicia, y que esta ley lo ajusta y lo gobierna todo porque Dios es el único poder.



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