Cuando Era Chica a menudo me contaban de una parienta que tenía un sarpullido muy extraño. La historia describía lo que esta parienta hacía con esa reacción y cuánto le molestaba. Siempre se hablaba con mucho temor y misterio de esa enfermedad.
Sin embargo, yo pensaba muy poco en ella, hasta que tuve esa reacción en el mismo lugar que mi parienta la había tenido por años.
Entonces pensé que debía orar y tratar mi pensamiento a fin de sanar esta enfermedad. Recurrí a Dios de todo corazón y alma para aprender lo que Él sabe de mí. Oré para sentir la presencia de Dios, para conocer Su poder. Podía sentir que mi pensamiento cambiaba del temor al consuelo, de una ansiedad incontrolable a la paz. Razoné que la presencia de Dios llena todo el espacio, tanto en pensamiento como en vida, y que no podía haber lugar para el mal en Su universo. Su infinitud es del todo buena, lo que naturalmente impide que se manifieste lo que Él no ha creado.
Iniciar sesión para ver esta página
Para tener acceso total a los Heraldos, active una cuenta usando su suscripción impresa del Heraldo ¡o suscríbase hoy a JSH-Online!