Cuando Era Chica a menudo me contaban de una parienta que tenía un sarpullido muy extraño. La historia describía lo que esta parienta hacía con esa reacción y cuánto le molestaba. Siempre se hablaba con mucho temor y misterio de esa enfermedad.
Sin embargo, yo pensaba muy poco en ella, hasta que tuve esa reacción en el mismo lugar que mi parienta la había tenido por años.
Entonces pensé que debía orar y tratar mi pensamiento a fin de sanar esta enfermedad. Recurrí a Dios de todo corazón y alma para aprender lo que Él sabe de mí. Oré para sentir la presencia de Dios, para conocer Su poder. Podía sentir que mi pensamiento cambiaba del temor al consuelo, de una ansiedad incontrolable a la paz. Razoné que la presencia de Dios llena todo el espacio, tanto en pensamiento como en vida, y que no podía haber lugar para el mal en Su universo. Su infinitud es del todo buena, lo que naturalmente impide que se manifieste lo que Él no ha creado.
Por ser la creación de Dios, el Espíritu, reflejaba Su sustancia espiritual. Esto quería decir que mi verdadero ser es espiritual, no una combinación de sustancia espiritual y material. La lucha mental de si había nacido en la materia o había sido creada por el Espíritu, cedió, porque yo estaba recurriendo a Dios para saber cuál era la verdad sobre mi bienestar. Sentí que se producía la curación. Muy pronto después, el sarpullido desapareció por completo y de manera permanente. Estaba sana. Pero aprendí algo más de esta experiencia porque me demostró que puedo hacer algo respecto de las condiciones que se consideran hereditarias.
Lo que yo estaba haciendo, lo explica Ciencia y Salud con mucha elocuencia: “Cuando se presente la condición que según vuestra creencia ocasiona la enfermedad, ya se trate de aire, ejercicio, herencia, contagio o accidente, desempeñad entonces vuestro oficio de portero y cerrad el paso a tales pensamientos y temores malsanos. Excluid de la mente mortal los errores nocivos; entonces el cuerpo no podrá sufrir a causa de ellos” (pág. 392).
Cuando comprendemos que nuestro ser verdadero es de Dios, no de la materia, vemos que nuestras vidas están sujetas únicamente a lo que Dios le da al hombre. Y eso es únicamente y por siempre bueno.
Lubbock, Texas, EUA