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Me apoyé en Dios y sané de diabetes

Del número de junio de 2000 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Puede que parezca razonable apoyarse en Dios para resolver los pequeños problemas de la vida. ¿Pero qué decir cuando se trata de una enfermedad seria? ¿Es sabio recurrir únicamente a Dios en esas circunstancias?

Si alguna vez dudó de que Dios quiera sanarlo, o pensó que no merecía sanar, no está solo. Pero antes de encogerse de hombros y dar vuelta la página, permítame contarle la experiencia que yo tuve cuando sané de diabetes.

Hace unos años, mi cuerpo no estaba funcionando normalmente, y sospeché que tenía síntomas de diabetes. Varios miembros de mi familia tenían esta enfermedad, y debido a esto, acepté que un médico me hiciera unos análisis. Los resultados demostraron que efectivamente tenía diabetes. El médico insistió en que comenzara a inyectarme insulina de inmediato.

Puesto que practico la Christian Science, opté por tratar este problema no con insulina, sino orando de todo corazón a Dios para que me diera la comprensión espiritual que necesitaba para sanar la enfermedad. También oré para liberarme del temor que mis seres queridos sentían porque yo no estaba dispuesta a inyectarme el medicamento, en particular porque ellos pensaban que si no lo hacía mi vida corría peligro.

Durante varios meses oré, pero sentí mucha angustia por no saber qué debía hacer para que todos estuvieran satisfechos, recurrir a la medicina, o continuar apoyándome en Dios y confiar en Su cuidado. Yo deseaba mucho confiar en Dios porque ya me había sanado en varias ocasiones de otras enfermedades apoyándome en la oración.

Entonces una noche, mientras oraba, me vinieron muy fuertemente estas palabras al pensamiento: “una confianza radical en Dios”. Sabía que esas palabras eran del libro Ciencia y Salud. La frase completa, que se refiere a la Verdad como sinónimo de Dios, dice lo siguiente: “Sólo por medio de una confianza radical en la Verdad puede realizarse el poder científico de la curación”.Ciencia y Salud, pág. 167.

Otro párrafo en la misma página afirma: “No es sabio tomar una actitud indecisa y vacilante, o tratar de valerse igualmente del Espíritu y de la materia, de la Verdad y del error. Hay un solo camino — a saber, Dios y Su idea — que nos lleva al ser espiritual”.

Reconocí que Dios me había hablado a través de estas cinco palabras, “una confianza radical en Dios”, y que Él me estaba ayudando en ese momento a tomar mi decisión. Sentí la convicción de que podía confiar en que Dios cuidaría de mí, me protegería, me enseñaría lo que tenía que aprender, y me fortalecería sanando esta enfermedad. Sentí que me quitaban un enorme peso de encima. Y recuperé la tranquilidad.

La Biblia pregunta lo siguiente: “¿No sabéis que si os sometéis a alguien como esclavos para obedecerle, sois esclavos de aquel a quien obedecéis, sea del pecado para muerte, o sea de la obediencia para justicia?” Romanos 6:16. Me sentí muy tranquila de ponerme en las manos de la buena voluntad de Dios.

Con alegría informé a mi familia de mi decisión, explicándoles que deseaba sinceramente apoyarme en Dios, y sólo en Dios, para sanar. Aun antes de tomar esta decisión, yo no me había inyectado la insulina como me había sugerido el médico, no obstante había tratado de vigilar bien lo que comía. También había hecho más ejercicios, caminando más que de costumbre. Todo esto había sido motivado en gran parte por el temor y la confusión que sentía sobre cómo enfrentar esta enfermedad.

Después de recibir el mensaje de que debía apoyarme radicalmente en Dios, dejé de prestarle atención a la dieta y al ejercicio y me apoyé completamente en la Mente divina para sanar. Les expliqué a quienes cuestionaron mi decisión, que yo había puesto mi vida en las manos de Dios, y que ellos también podían confiar en que Dios cuidaría perfectamente de mí. Poco después, supe que estaba bien. Ya no tenía síntomas de la enfermedad. Supe que había sanado por completo. Eso ocurrió hace cuatro años, y he estado libre del problema desde entonces.

La verdad espiritual que fue cada vez más clara para mí, fue que cada función de mi verdadero ser estaba manifestando la ley de armonía, orden y perfección de Dios. Puesto que yo era y soy la imagen espiritual de Dios, expreso los sistemas perfectos y del todo armoniosos de la Mente, donde todo ser opera de acuerdo con las leyes de Dios, por lo que el desorden y la acción excesiva o inadecuada tienen que ser imposibles. Me negué categóricamente a ceder a nada que no fuera el poder omnipotente del único Dios.

Ciencia y Salud lo explica así: “La Mente, suprema sobre todas sus formaciones y gobernando a todas ellas, es el sol central de sus propios sistemas de ideas, la vida y la luz de toda su vasta creación; y el hombre es tributario a la Mente divina”.Ciencia y Salud, pág. 209. El diagnóstico de que ciertos órganos no estaban funcionando bien, se apoyaba en la creencia de que el hombre es material y sujeto a decadencia. Me aferré al hecho de que yo sólo podía saber lo que Dios sabe y siente, porque soy siempre una con Él, porque soy Su semejanza.

Comprendí que Dios, el Principio divino, estaba gobernando mi cuerpo, que es totalmente espiritual. No está compuesto por elementos o partes materiales que puedan funcionar bien en un momento y mal en otro. El Principio, Dios, nunca nos abandona, si reemplazamos el temor con la confianza y comprendemos nuestro derecho divino a la libertad y a la salud.

El Amor divino, tiene muchas bendiciones guardadas para Sus hijos cuando recurrimos a Él con sinceridad y lealtad, y confiamos radicalmente en que cuida de nosotros. Esa confianza en nuestro Padre-Madre le traerá a usted la recompensa de la curación, igual que me recompensó a mí. Después de todo, no existe nada más grande ni elevado a quien recurrir que el Amor divino.

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