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No tienes una herencia material

Del número de junio de 2000 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


LA MAYORÍA de nosotros sabe, o por lo menos cree saber, de dónde viene. Y estamos convencidos de que, para bien o para mal, lo que les dio a nuestros padres y abuelos su particularidad, forma parte de nosotros. Decimos que todo es hereditario.

Puede que nuestra herencia perfile las grandes cosas que seremos capaces de hacer en la vida, como son la habilidad para los negocios que tiene papá, o la atención al detalle de la abuela. Pero, ¿qué ocurre cuando esa misma herencia tiene su lado oscuro, una historia de defectos de carácter, de abuso, adicción, depresión o enfermedad? ¿Hay alguna manera de escaparse de ese lado oscuro? Para encontrar una respuesta satisfactoria y confiable a estas preguntas, es necesario analizar la naturaleza de Dios, el Espíritu, el verdadero Padre de toda la creación.

Un libro de valor incalculable en esta investigación es Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras. Al hablar de nuestra herencia verdadera, dice lo siguiente: “En la Ciencia el hombre es linaje del Espíritu. Lo bello, lo bueno y lo puro constituyen su ascendencia”.Ciencia y Salud, pág. 63. Las Escrituras revelan innumerables veces la naturaleza de Dios, y quien las estudia, rápidamente descubre que esa naturaleza es infinita y está al alcance de todos.

Moisés conocía a Dios como el Padre de sus ancestros, Abraham, Isaac y Jacob, pero se esforzó por encontrar un nombre más categórico y más general para Dios. Lo que escuchó fue el nombre con que Dios se define a Sí mismo, “YO SOY EL QUE SOY”. Éxodo 3:14. Y el salmista exclamó: “Grande es Jehová, y digno de suprema alabanza; y su grandeza es inescrutable”. Salmo 145:3.

Si Dios no se puede definir físicamente, ¿puede acaso la herencia del hombre como hijo de Dios estar codificada y predeterminada materialmente? Y hay otra pregunta más inquietante aún: ¿Permite Dios que los defectos sean factores hereditarios, que forman parte de nuestro propio ser?

Aun antes de descubrir la relación científica entre Dios y el hombre, la Sra. Eddy se enfrentó con la doctrina teológica de la predestinación. Se sentía tan perturbada por esta doctrina que en una ocasión se enfermó. Ella escribió: “Oré; y un claror suave de inefable alegría me inundó. La fiebre desapareció... y el ‘horrible decreto’ de la predestinación — como Juan Calvino llamó correctamente a su propio artículo de fe — perdió para siempre su poder sobre mí". Un relato completo de esta experiencia se puede leer bajo el título “Reminiscencias teológicas”, que comienza en la página 13 de Retrospección e Introspección, por Mary Baker Eddy.

Si bien esta doctrina de la predestinación ha perdido su validez teológica para la mayoría de los creyentes, la misma premisa del mal predestinado infesta la creencia en las discapacidades y enfermedades hereditarias, y las hipótesis que fundamentan gran parte de la investigación genética hoy en día.

¿Se origina la música en las estrías de un LP o en las partículas magnéticas de la cinta del cassette?

Cuando escribía esto, hice una pausa para oír las noticias y escuché a una persona que entrevistaban, hablar de un suicidio ocurrido en su familia, y decir que el comportamiento que conduce al mismo está “en los genes”. Hoy en día es muy común que se explique el comportamiento destructivo de esta manera. Hemos pasado de “El diablo me obligó a hacerlo” a “No lo puedo evitar, está en mis genes”.

Al vincular los patrones de conducta no sólo con ciertos genes, sino también con las enfermedades, mucha gente enfrenta serios dilemas morales y sociales. ¿Puede acaso una compañía de seguros negarse a asegurar a alguien porque una prueba genética revela que tiene propensión a ciertas enfermedades cuyo tratamiento es costoso? ¿Constituye una discriminación que un empleador se niegue a contratar a alguien por su composición genética?

Ese tipo de preguntas, como todas las otras basadas en las suposiciones materiales, no afectan la acción y la curación basada en la oración. La premisa que dice que uno puede estar predestinado a padecer de ciertas enfermedades, no se debe aceptar como verdadera, como tampoco la enfermedad.

La Sra. Eddy menciona enfermedades que eran muy populares en la época que estaba escribiendo Ciencia y Salud. Y ofrece reglas generales para el tratamiento, que se pueden aplicar a todas las épocas y culturas, y a cualquier enfermedad que se considere hereditaria. Ella escribe: “Para evitar o curar la escrófula y otras llamadas enfermedades hereditarias, debéis destruir la creencia en esas enfermedades y la fe en la posibilidad de que se transmitan. Puede que el paciente os diga que tiene un humor en la sangre, una diátesis escrofulosa. Sus padres o algunos de sus antepasados más lejanos así lo creyeron. La mente mortal, no la materia, induce esa conclusión y sus resultados”.Ciencia y Salud, pág. 424 — 425.

Aunque las expresiones “humor en la sangre” y “diátesis escrofulosa” suenen extrañas a nuestros oídos hoy en día, todavía se cree que las teorías sobre la transmisión de las enfermedades y la predisposición a ciertas formas de enfermedad, son hechos ineludibles de la vida. El sanador, que es leal tanto a la teología como a la medicina espiritual de la Christian Science, está equipado para elevar al paciente por encima del temor causado por la genética y otras profecías materiales.

Así como las doctrinas teológicas han cambiado al comprender mejor a Dios, podemos confiar en que algún día la investigación genética dejará de lado el “horrible decreto” de la predestinación. El progreso exige que sólo perduren las conclusiones útiles sobre la naturaleza y el origen de la vida.

Todos apreciamos las pruebas de ADN [material genético] que han ayudado a personas condenadas injustamente, a probar su inocencia. Pero la expectativa de que las enfermedades y los rasgos de carácter destructivos sean inevitables porque están en nuestra composición genética, debe ser anulada reconociendo la herencia legítima del hombre. El hombre de la creación de Dios el — ser espiritual y verdadero de cada uno de nosotrỏs— tiene sólo la predisposición de ser bueno y sano.

Hace poco una amiga mía me comentó que cuando era joven tuvo que luchar con dos rasgos de carácter que tenía, que parecían imposibles de erradicar. Uno le recordaba a su madre y el otro a su padre. Cuanto más luchaba para liberarse de esos defectos, más alejada se sentía de sus padres. Pensaba que eran males heredados, y le resultaba difícil no culpar a sus ancestros.

Comenzó a estudiar la Christian Science y a aprender algo de su identidad espiritual como la hija perfecta de su Padre, Dios, único y bueno. La siguiente declaración le resultó útil: “Tened presente, entonces, que poseéis poder soberano para pensar y actuar correctamente, y que nada os puede desposeer de esta herencia e infringir el Amor”. Pulpit and Press, pág. 3, Mary Baker Eddy.

Tu herencia espiritual es tu única herencia, y es un legado que sólo Dios otorga.

Tuvo muy presente que Dios era también el Padre y la Madre de sus padres. Una vez más pudo honrarlos con el amor sin críticas que había manifestado y atesorado de niña. Dijo: “La Christian Science me devolvió a mis padres”. Ya no asociaba estas propensiones indeseables con ellos, y vio cómo esos defectos iban desapareciendo de su propia vida.

Ciencia y Salud dice: “Jesús no reconocía parentescos carnales... No hay constancia de que llamara a hombre alguno por el nombre de padre. Reconocía que el Espíritu, Dios, era el único creador, y por tanto el Padre de todos”.Ciencia y Salud, pág. 31. El hecho de reconocer que Dios es “el padre de todos”, implica que somos hermanos y hermanas de la misma generación, y no podemos ser proclives a tener algo indeseable que se pueda transmitir o recibir de uno a otro. Cada uno de nosotros es en verdad el descendiente directo de nuestro Padre-Madre Dios y hereda todas Sus cualidades.

Podemos decir que nuestra identidad es el “templo del Espíritu santo”. 1 Corintios 6:19. Éste no es un tesoro para heredar en una fecha futura, sino nuestra herencia presente y eterna.

Jehová me ha dicho: Mi hijo eres tú; Yo te engendré hoy. Pídeme, y te daré por herencia las naciones, y como posesión tuya los confines de la tierra. Servid a Jehová con temor, y alegraos con temblor. Bienaventurados todos los que en él confian.

Salmo 2:7, 8, 11, 12

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