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La oración termina con el comportamiento auto destructivo

Del número de junio de 2000 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Si Hubiera aceptado que mi origen humano determina lo que soy, habría perdido para siempre y fácilmente mi sentido de identidad, de quién soy realmente. Yo odiaba pensar en mis orígenes.

Sin embargo, cuando estaba en las últimas, conocí a mi mentora espiritual y mi vida cambió por completo. Ella me guió hacia Dios como la única fuente de mi identidad. Me ayudó a ver que no pertenezco a nadie más que al Mismo Dios, y que nadie puede cambiar lo que Él ha hecho. Comencé a ver que mis relaciones humanas no tienen autoridad ni reclamo sobre mi identidad o mi salud.

Pensé mucho en una declaración de Ciencia y Salud: “En la Ciencia el hombre es linaje del Espíritu. Lo bello, lo bueno y lo puro constituyen su ascendencia. Su origen no está, como el de los mortales, en el instinto bruto, ni pasa él por condiciones materiales antes de alcanzar la inteligencia. El Espíritu es la fuente primitiva y última de su ser; Dios es su Padre, y la Vida es la ley de su existencia” (pág. 63).

Al aferrarme a esta declaración, y con la ayuda de las oraciones de mi querida amiga, pude escapar del comportamiento negativo que parecía tener atrapados a tantos de mis parientes: alcoholismo, abuso, riñas, inmoralidad sexual. Pude ver que ninguno de esos problemas formaba parte de mi verdadero ser ni del de nadie. Realmente cada uno de nosotros está creado a semejanza espiritual de Dios. Simplemente yo no podía ser alguien que Dios no conociera.

Estoy tan feliz de saber que lo que está escrito en el primer capítulo del Génesis es el diseño de cómo el hombre está constituido. Nos dice que Dios nos hizo a Su imagen y semejanza y que todo lo que Él hizo es bueno. Esto es para todos los hombres, mujeres y niños. Nadie queda afuera. Este diseño está terminado y aceptado por su Autor, Dios, nuestro único Padre original, la única Madre-Padre que podamos necesitar o requerir.


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