Si Hubiera aceptado que mi origen humano determina lo que soy, habría perdido para siempre y fácilmente mi sentido de identidad, de quién soy realmente. Yo odiaba pensar en mis orígenes.
Sin embargo, cuando estaba en las últimas, conocí a mi mentora espiritual y mi vida cambió por completo. Ella me guió hacia Dios como la única fuente de mi identidad. Me ayudó a ver que no pertenezco a nadie más que al Mismo Dios, y que nadie puede cambiar lo que Él ha hecho. Comencé a ver que mis relaciones humanas no tienen autoridad ni reclamo sobre mi identidad o mi salud.
Pensé mucho en una declaración de Ciencia y Salud: “En la Ciencia el hombre es linaje del Espíritu. Lo bello, lo bueno y lo puro constituyen su ascendencia. Su origen no está, como el de los mortales, en el instinto bruto, ni pasa él por condiciones materiales antes de alcanzar la inteligencia. El Espíritu es la fuente primitiva y última de su ser; Dios es su Padre, y la Vida es la ley de su existencia” (pág. 63).
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