En Un Típico Lugar de trabajo, los teléfonos no dejan de sonar, los jefes necesitaban la información ayer, las reuniones provocan una lluvia de emails y faxes. ¡No hay tiempo ni para pensar! La verdad es que no parece haber tiempo más que para reaccionar. Pero, ¿hay tiempo para orar?
¿Cuánto tiempo toma la oración? Tan solo un momento de pensamiento claro puede producir un cambio muy favorable cuando se tiene un programa de actividades tan ajustado. Mary Baker Eddy escribe: “El éxito en la vida depende del esfuerzo persistente, de la utilización de los momentos más que de cualquier otra cosa”. Escritos Misceláneos, pág. 230. Esa “utilización de los momentos” es muy importante.
Una manera de aprovechar el momento es la oración. La oración diaria aceita los engranajes de la maquinaria mental. El tomarse momentos para reflexionar en silencio y escuchar espiritualmente, nos equipa para manejar la presión en el trabajo y las circunstancias tan demandantes. Y esa oración neutraliza la sensación de que estamos como en “una olla a presión”.
Una mujer de negocios se dio cuenta de que no podía cumplir con un plazo financiero, debido a una serie de obstáculos imprevistos que habían surgido. Todos sus intentos para rectificar la situación fallaron, y la dejaron frustrada ante las circunstancias, furiosa con la ineptitud que percibía en los demás, y temerosa de las terribles consecuencias financieras. Como un ciervo asustado es mesmerizado por las luces de un vehículo que se acerca, ella estaba tan atemorizada que no podía pensar con claridad.
Después de haber tomado varias decisiones equivocadas, comenzó finalmente a orar. Aunque quedaban muy pocas horas para que se cumpliera el plazo, después de lo cual se le aplicaría una sanción muy fuerte, salió de la oficina para estar un poco en silencio y pedir a Dios con humildad que la guiara.
Caminando por un parque cercano, recordó las palabras de un himno que calmaron su pensamiento.
La colina, di, Pastor,
cómo he de subir;
cómo a Tu rebaño yo
debo apacentar.
Fiel Tu voz escucharé,
para nunca errar;
y con gozo seguiré
por el duro andar. Himnario de la Ciencia Cristiana No. 304.
Cuando la mujer comenzó a pensar en este himno, se sorprendió al ver que las palabras le exigían entrar en acción. Primero debía detenerse y escuchar, luego tenía que estar dispuesta a obedecer, sin importar a dónde la llevara la guía de Dios, y por último, tenía que regocijarse por los desafíos que encontrara en el camino. Razonó que Dios, el Pastor del todo amoroso, la sostenía en Sus brazos protectores. ¿Acaso podía ella dejar de estar bajo Su cuidado omnipotente? Nunca.
Le vino otro pensamiento: “La intercomunicación proviene siempre de Dios y va a Su idea, el hombre”. Ciencia y Salud, pág. 284. Entendiendo que esto era una promesa de que Dios le estaba dando a ella las respuestas que necesitaba, se esforzó por hacer lo que Él le revelara, por más que alguna sugestión tratara de convencerla de hacer otra cosa. Al regresar a su oficina, la mujer llamó a su acreedor una vez más, pero en esta ocasión la atendió otra persona. Juntos, con calma y profesionalismo, hablaron sobre el problema. La mujer de negocios sugirió un plan alternativo, uno que se le había ocurrido mientras oraba. El plan, que estaba de acuerdo con las prácticas profesionales y era muy simple en su aplicación, fue aceptado por todos los interesados. Resolvieron la dificultad sin tener que aplicar la costosa sanción. Lo que es más, el acreedor comentó que esa solución sería muy útil para otras cuentas.
Puede que nuestro lugar de trabajo continúe con su ritmo frenético, y el ambiente siga siendo demandante. Pero cualquiera de nosotros, equipado con el humilde deseo de escuchar a Dios y de seguirlo con alegría, podrá responder a las exigencias de su trabajo con calma y con respuestas claras. Sin lugar a dudas, la oración debería ocupar un lugar importante en nuestras actividades diarias.