Es Muy Natural pedirle ayuda a Dios. Muchos de nosotros, aun aquellos que dudan de Su existencia, han exclamado “Dios mío, ayúdame”, en momentos de gran necesidad. Es una petición que ha ayudado a mucha gente desde tiempos remotos. El rey David, por ejemplo, en la Biblia también oró de ese modo: “En mi angustia invoqué a Jehová, y clamé a mi Dios; Él oyó mi voz desde su templo, y mi clamor llegó a sus oídos”. 2 Samuel 22:7.
Yo también he clamado a Dios en momentos de necesidad. En una ocasión, tuve que dar una charla sobre Dios y la oración a un grupo grande de personas, pero al ensayar descubrí que había una parte que no podía hacerla sin ponerme a llorar. Se trataba de una experiencia que había tenido con mi esposo, quien había fallecido hacía seis meses. Yo había progresado mucho en ese sentido, y había superado el pesar, pero siempre que leía esa parte de la charla, comenzaba a llorar. No me parecía correcto sacarla, porque la experiencia ilustraba un punto espiritual muy profundo que yo consideraba necesario en la charla.
Poco antes de hacer mi presentación había concurrido a una reunión de testimonios de los miércoles en mi iglesia. El tema de la reunión era cómo recurrir a Dios, y realmente me llegó muy cerca. Me di cuenta de que aunque había orado por este problema, no había recurrido a Él con una fe absoluta de que me podía escuchar. De manera que cuando regresé a casa de la Iglesia, oré de ese modo. Con toda humildad me volví a Dios, pidiéndole que me ayudara a dar esa difícil parte de la charla. Y todo salió muy bien.
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