Un Día, salí a caminar y entré a un vecindario que no conocía. Varias casas grandes estaban situadas bastante lejos de la calle, y una de ellas se veía que hacía mucho que estaba desocupada. Como tenía el cartel que indicaba que estaba en venta, decidí visitar el terreno. En medio de un jardín muy descuidado, había una hermosa fuente. Estaba cubierta de arbustos y pastos altos; musgo y hojas muertas impedían que corriera el agua. No obstante, un chorrito goteaba del querubín de piedra que había en el centro.
Como no tenía nada que hacer, comencé a limpiar la fuente. Al hacerlo, me alegró pensar que muy pronto los pájaros podrían bañarse allí y beber agua del burbujeante querubín. Al rato, ya la había destapado lo suficiente como para que un modesto flujo de agua comenzara a llenar la fuente. Cuando terminé de limpiarla, me sorprendí al ver que habían pasado casi tres horas. Me lavé las manos en el agua ahora limpia, y me fui. Pensé que el beneficio que recibirían los pájaros y la inspiración que sintiera todo aquél que viera la fuente nuevamente limpia, serían suficiente recompensa a mi esfuerzo de haberla limpiado.
Cuando caminaba de regreso a casa, pensé que la vida se parece mucho a esa fuente.
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