Bueno, papi, tú me prometiste que íbamos a hacer una excursión. ¿Cuándo saldremos, pues?
Mientras trataba de explicarle al mayorcito por qué no era posible hacer el paseo, me fijé que la beba, que hacía un instante jugaba al lado mío, había gateado rápidamente a la esquina opuesta de la cocina y comenzaba a sacar el contenido de uno de los cajones del armario, repartiendo todo por el suelo.
— No, no, eso no — me apresuré a decir.
Al mismo tiempo ladraba el perro por no recibir aún su comida diaria, gritaba el loro tal vez por lo mismo, y yo no encontraba el lugar donde se guardan los coladores para terminar un jugo de frutas a medio hacer.
El hombre a menudo tiene que hacer cosas para las que la tradición no lo ha capacitado.
Tras una semana especialmente agotadora de trabajo, había llegado el anhelado fin de semana, en el que pensaba tener algún esparcimiento y un merecido descanso. En vez de eso, me estaba convirtiendo en el protagonista de una buena comedia, con hilarantes escenas, producto de mi ineptitud en los quehaceres del hogar y en el cuidado de los niños. La mamá, quien normalmente manejaba con dominio y elegancia estos asuntos, había amanecido con fiebre y yo tenía que ocupar su lugar.
Siempre me había sentido satisfecho por mi aporte en el ritmo de la casa y por mi labor como papá. Pero ésta era la primera vez que yo recuerde que me tocaba hacerlo todo yo solito, incluyendo también las cosas que hace mi esposa y que realmente sabe hacer mejor que yo.
En estos días, el hombre a menudo tiene que hacer cosas para las que la tradición no lo ha capacitado. Muchos de nosotros hemos sido educados con la costumbre de que ciertas actividades o actitudes no son de nuestra incumbencia. Pero las cosas están cambiando y hoy en día los varones deben estar preparados para responder con destreza a esas otras actividades de las que poco sabían nuestros ancestros. Defendiendo aparentes feudos que se van perdiendo, el hombre de hoy podría rebelarse con pensamientos como: Los derechos de las mujeres han sido discriminados por siglos, pero ¿por qué justamente tengo que ser varón en el momento de la historia en que esto se corrige, cuando antes la vida era mucho más agradable para mi sexo? Además, pareciera que el péndulo ha ido un poco más allá de lo justo, pues todo el mundo habla de los derechos de la mujer, ¿y quién defiende los derechos del varón? ¿No se está discriminando ahora al sexo masculino?
Pero, por muy atrayente que suene una polémica de esa índole, el papel de víctima, el cual es fácil de asumir, nunca soluciona nuestros problemas.
En aquél desafiante fin de semana tuve la oportunidad de tornar una situación aparentemente molesta, en una bendición concreta. En vez de asumir la actitud de víctima de los nuevos paradigmas sociales, opté por solucionar el problema espiritualmente, por medio de la oración. Sabía bien que Dios no nos creó como dos géneros diferentes y limitados, y que tampoco estableció una ley que le diera aptitudes, derechos y obligaciones especiales a uno de los sexos en detrimento del otro. No, Dios creó a la mujer y al hombre como una idea espiritual, y cada uno capaz de reflejar todo el abanico de Sus infinitas cualidades. Por lo tanto, podemos recurrir así a todo tipo de capacidades, aunque algunas de ellas sean calificadas arbitrariamente por nuestra sociedad como femeninas o masculinas. Si la situación requiere de fuerza y dominio, o de ternura y compasión, capacidad de hacer muchas cosas a la vez o capacidad para concentrarnos en una sola tarea, Dios nos da de esto con liberalidad y sin límites, seamos dama o caballero.
En aquella ocasión, le expliqué a mi hijo que en vez de pasear, como habíamos planeado, teníamos una tarea más importante que cumplir. Teníamos que ayudar a mamá a ponerse bien, manteniendo claro en nuestro pensar que Dios no nos envía enfermedades. El chico, que ya varias veces había experimentado cómo la oración nos sana, siguió mi exposición con sus propias palabras.
— Ella está bien porque Dios es amoroso y la cuida — me aseveró—. Ni él se quejó por el paseo cancelado, ni yo me lamenté por el rol que debía asumir ese fin de semana, rol que la sociedad hasta hace poco consideraba poco varonil.
Ya la lectura inspirada de la primera mención de la Biblia sobre el ser humano nos hace entender que la igualdad de los sexos es un fundamento del diseño divino: "Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios los creó; varón y hembra los creó". Génesis 1:27. Dios, el Espíritu infinito y único, se manifiesta a través del hombre, que es espiritual, eternamente perfecto y completo. Las limitaciones que parece imponer el género femenino o el masculino, simplemente se desvanecen cuando entendemos lo que somos en realidad.
La Sra. Eddy escribe en Ciencia y Salud: "La unión de las cualidades masculinas y femeninas constituye la entidad completa. La mente masculina logra un tono más elevado por ciertos elementos de la femenina, mientras que la mente femenina gana valor y fuerza por medio de cualidades masculinas. Esos diferentes elementos se unen de manera natural los unos con los otros, y su armonía verdadera está en la unidad espiritual".Ciencia y Salud, pág. 57.
La Mente divina reparte los deberes y derechos de forma adecuada y justa.
El matrimonio y la vida en familia nos brindan una excelente oportunidad de vivir esta igualdad de los sexos, no solamente para disfrutar de una relación de pareja más armoniosa y de acuerdo con los tiempos, sino para demostrar nuestro origen espiritual. Así podemos, conjunta o individualmente, encontrar mediante la oración el reflejo de aquellas cualidades divinas que nos capacitan para responder a cualquier reto que las circunstancias presenten. Cada miembro de la familia, independiente de su sexo, puede cumplir las más diversas tareas, sean las del hogar, cuidar y educar a los niños, preparar la comida, encargarse de los animales domésticos, arreglar los desperfectos de la casa o del automóvil, o también obtener los recursos financieros para la familia. La Mente divina, que rige todo pensamiento y volición, y es la fuente de inteligencia para cada uno de nosotros, reparte los deberes y derechos de forma adecuada y justa. Y el Amor divino, que inunda con su ternura y cariño todo anhelo humano, capacita adecuadamente a cada uno de sus hijos — a todos nosotros — para entenderse de forma armoniosa al decidir sobre quién hará qué cosa.
En aquel fin de semana como único dueño de casa quedaron en mi experiencia muchas enseñanzas de valor y varios motivos para estar agradecido.
Primero, que mi esposa no tardó en mejorar. Solicitó ayuda a un practicista de la Christian Science, apoyándose sólo en la oración para su curación. Así, un cuadro de salud precaria, que parecía bien crítico, se transformó en aquél de vigor y alegría, que siempre conocimos en ella. Me comentó después que fue de sustancial inspiración sentir el apoyo de toda su pequeña familia, en la que el papá y los hijitos, cada uno en lo necesario, pudieron cumplir con las tareas que normalmente asume ella.
Segundo, me pareció que como papá me acerqué aun más a los niños. La bebita festejó con muchos cariños mis intentos de alimentarla, cambiarle los pañales y bañarla, y desde ese día me parece que nos queremos aun más el uno al otro. Y con el muchachito tuve la hermosa experiencia de sentirlo como un auténtico compañero que, aunque se quedaba sin su deseado paseo, ayudó varonilmente tanto en elevar nuestros pensamientos como en las tareas del hogar que nos tocaron. Fue un fin de semana maravilloso.
