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¿Son ustedes el uno para el otro?

Del número de febrero de 2001 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


¿Has Estado alguna vez enamorado de alguien con quien tenías una relación que no era tan buena como deseabas, y que todas las veces que intentabas arreglarla, siempre volvía a lo mismo? Hace tiempo terminé una relación seria, y durante el proceso aprendí una lección sobre lo que hay que tener en cuenta cuando se ama a alguien.

Recientemente pensaba en esa relación que duró tres años, y recordé algo que sucedió cuando yo tenía ocho años. Mi mamá me había comprado un hermoso vestido floreado para la Pascua. Cuando fuimos a comprar los zapatos, encontramos unos de charol azul claro que combinaban perfectamente con el vestido. Sólo había un problema, los zapatos me quedaban demasiado apretados.

Mi mamá pensó que no era buena idea comprarlos porque eran muy pequeños, pero yo rogué y supliqué, y le aseguré que estaban bien. Eran los únicos que quedaban y al día siguiente era Pascua. Mi mamá cedió y me compró los zapatos.

Me sentía en la gloria: me veía maravillosa con mi vestido nuevo y mis zapatos azules de charol. Pero después de un par de horas, mis pies me empezaron a doler, así que traté de ensanchar los zapatos mojándolos y aun haciendo que una amiga los usara para amoldarlos. A pesar de todo lo que hice, después de un par de horas me dolían los pies. Mi mamá sabía que los zapatos eran muy pequeños, pero como yo era muy orgullosa para admitirlo, los seguí usando. Esto continuó por varias semanas, y conforme mis pequeños pies seguían creciendo, los zapatos me apretaban cada vez más hasta que por fin tuve que admitir que me había equivocado.

Ninguno de los dos necesitaba cambiar.

Mi relación sentimental había sido como esos zapatos de charol. Él era un hombre maravilloso con una gran cantidad de cualidades maravillosas. Parecía que teníamos muchas cosas en común, pero nos encontrábamos en diferentes etapas de nuestras vidas y de nuestras carreras. En pocos años, él iba a tomar su jubilación anticipada y esperaba con ilusión ser abuelo y jugar golf. Yo estaba en la cúspide de mi carrera y me encantaba estar activa y viajar. Ambos queríamos que lo nuestro funcionara y tratábamos de llegar a un arreglo, pero siempre terminábamos donde habíamos empezado. Finalmente decidí orar al respecto y comprender claramente lo que era necesario cambiar.

Me sorprendí cuando me di cuenta de que en realidad ninguno de los dos necesitaba cambiar; simplemente no éramos el uno para el otro. En el capítulo "El matrimonio" en Ciencia y Salud, Mary Baker Eddy escribe: "Son necesarios gustos, móviles y aspiraciones afines para la formación de un compañerismo feliz y permanente".Ciencia y Salud, pág. 60.

Al principio pensé que cumplíamos con esos requisitos, sin embargo, la relación no funcionaba. Al analizarlo mejor, descubrí que lo que me mantenía en esa relación era el orgullo y el deseo de no fracasar. En la misma página de Ciencia y Salud la Sra. Eddy dice: "Un oído desafinado considera que la disonancia es armonía, por no saber apreciar la concordancia". Ibid., pág. 60. Eso era exactamente lo que me estaba pasando.

Cuando compartí lo anterior con mi novio, estuvimos de acuerdo en terminar la relación y continuar siendo buenos amigos y socios comerciales. Aprendí que amar realmente a alguien significa ser lo suficientemente generoso como para dejarlo ir, cuando la relación no es la correcta, y seguir confiando a Dios los deseos del corazón y permitir que Él nos dirija a la compañía adecuada.

Así como se encuentran zapatos que nos quedan bien y se sienten maravillosamente, los dos encontramos la compañía que estábamos buscando.

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