Acababa de graduarme de abogada, y sentía que era la expresión de múltiples "in". Intimidada. Insegura. Inadecuada. Incompetente. Incapaz.
Decidí estudiar derecho porque pensé que era la mejor forma de ayudar a los demás. Pero cuando entré en la práctica legal, mi entusiasmo se transformó en reserva. Me sentía abrumada por la responsabilidad. Además, de entre todos mis amigos y conocidos de la Facultad de Derecho, yo era la única que parecía estar insegura. Mis colegas del sexo masculino se sentían muy seguros de sí mismos, y nada indicaba que tuvieran duda.
De modo que recurrí de todo corazón a mi Padre-Madre Dios en busca de guía. Le pedí que me mostrara la mejor forma de ayudar a otros. Quizás había una carrera más adecuada para mí. "Y, por favor, Padre-Madre", le pedí, "¡no me dejes hacer el ridículo!" Pensé: "Padre, no pretendo ser la mejor abogada del mundo; tan sólo deseo ser una abogada competente".
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