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Aprovecha al máximo tus clases

Del número de marzo de 2001 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


¿Has Sentido alguna vez que las clases son como una batalla entre tú y los profesores? ¿O que hay determinadas materias que simplemente no te interesan? Yo me he sentido así a veces y, lógicamente, siempre que pienso de esa forma, la clase me resulta interminable. Es difícil sacar algún provecho de ella.

Fue recién al estar por terminar mis estudios universitarios cuando me di cuenta de que algo tenía que cambiar, Sí, ¡yo! Suena raro, ¿no? Después de todo, yo no tenía la culpa de que una clase fuera aburrida. El responsable era el profesor, ¿no es así?

Tenía un profesor de sociología que utilizaba un método de enseñanza que para mí era muy aburrido. Mis calificaciones estaban apenas dentro de un promedio regular. Es decir, me esforzaba poco y obtenía pobres resultados. Otro de los profesores parecía haberse quedado estancado veinte años en el tiempo. Nada de lo que decía parecía tener relevancia en el presente. Y tenía que aprobar otras materias similares a éstas para terminar mis estudios.

Hasta que un día encontré esta frase en Ciencia y Salud: "El pecado hace su propio infierno y la bondad su propio cielo".Ciencia y Salud, pág. 196. Aquellas clases se parecían al infierno, una pérdida de tiempo y esfuerzo. Pero esa frase me ayudó a ver que lo que pensaba y la forma en que encaraba las clases tenía mucho que ver con el éxito que yo tuviera en ellas.

"¿Podré escuchar más allá de las palabras?", me pregunté. "¿De qué me sirve mi opinión acerca de los profesores, de mis gustos y antipatías personales?" "¿Seré capaz de encontrar algo bueno en esas clases, y así sacar algo positivo de esta experiencia?"

Hay una palabra que, cuando la entendemos, nos ayuda a vencer los prejuicios y los sentimientos negativos. Esa palabra es humildad. Humildad es la capacidad de ser modestos en nuestro propio pensamiento, y de escuchar a los demás (¡y sobre todo a Dios!).

¿Qué tienen que ver Dios y la humildad con nuestros estudios? Si consideramos que el proceso de educación consiste en un mortal tratando de transmitir información a otro mortal, dejamos la puerta abierta para que aparezcan obstáculos de toda índole que nos impiden aprovechar la oportunidad de aprender.

Humildemente, debemos dejar de lado la pretensión equivocada de que hay una mente aparte de Dios, y comprender que el hombre es la idea o hijo de Dios. La Mente divina es la fuente de la inteligencia para todos los que participan del proceso de aprendizaje. Y Dios no tiene dificultades para expresarse a Sí mismo. Por lo tanto, todas Sus ideas espirituales y perfectas tienen facilidad y claridad de comunicación. Dios es la Vida y la Verdad divinas, y Él es vital, poderoso y confiable — jamás tedioso.

La humildad nos exige que dejemos atrás nuestras propias opiniones y sigamos al Cristo, la Verdad. A través de la oración humilde, nos damos cuenta de que el profesor más insoportable es realmente la idea amada de Dios. Con este punto de vista podemos realmente escuchar con discernimiento lo que se está enseñando y recibir información útil que te llena de inspiración, en lugar de ser información anacrónica y caduca.

El siguiente verso del Himno No 291 del Himnario de la Christian Science me ayudó a expresar más humildad:

Calma, Dios, mi corazón,
hazme puro, leal, gentil,
sin engaño ni inquietud,
como niño en su candor,
libre de la envidia ruin,
grato en lo que gustas Tú.

Cuando llegamos a un momento en la vida en que por sobre todas las cosas anhelamos ese entendimiento que es fruto de la madurez y la experiencia, podríamos pensar que es contraproducente orar a Dios: "Hazme como un niño pequeño". Pero orar de esa forma no nos disminuye, sino que nos impulsa a progresar, capacitándonos para expresar las cualidades divinas de mansedumbre, pureza y simplicidad. Esas cualidades de la naturaleza de un niño, inherentes en el hombre, nos ayudan a cumplir con éxito las demandas de nuestros estudios y de Dios.

Descubrí que la clase de ese profesor era realmente muy interesante.

El Apóstol Pablo dijo: "Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, juzgaba como niño; mas cuando ya fui hombre, dejé lo que era de niño". 1 Corintios 13:11. De adultos, tenemos oportunidades de dejar de lado el comportamiento y el conocimiento de un niño, pero nunca debemos dejar de lado sus cualidades espirituales. Las opiniones duras, las decisiones apresuradas y los juicios ligeros, son infantiles en un sentido negativo y podemos reemplazarlos con un espíritu humilde, que nos permita avanzar, escuchando atentamente lo que se nos pide, demostrando nuestra madurez espiritual y capacidad para bien.

Cuando finalmente aprendí esta lección, la clase de sociología que había aborrecido tanto se volvió muy interesante. Leí con interés todo el material necesario y escuché al profesor, que tenía ideas realmente maravillosas para impartir. Teníamos clases de tres horas, cuatro veces por semana. Me di cuenta de que aquel profesor que yo creía sumergido en otra época tenía un gran amor por la asignatura. La siguiente clase que tomé con él fue interesante y a la vez todo un desafío. Las otras asignaturas a las que había mirado sin mucha expectativa, inesperadamente abrieron mi pensamiento a la necesidad de ayudar a los demás. Y, como reflejo de ese mejor punto de vista, mis calificaciones fueron excelentes. La humildad convirtió aquel infierno de la universidad en una experiencia productiva y gozosa.

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