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Diversidad sin conflictos

Del número de marzo de 2001 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Somos Muchos Los que nos relacionamos a diario con amigos, compañeros de trabajo, incluso familiares, de culturas o grupos étnicos diferentes a los nuestros. Hay gran riqueza en esta diversidad y puede sacar a relucir lo mejor de todos ellos. Si bien queda mucho camino por recorrer, es un hecho que cuando llegamos a conocernos individualmente, las barreras raciales y culturales comienzan a desaparecer.

No obstante, con este progreso surgen a su vez nuevos desafíos. Por ejemplo, un estudio realizado por La Sociedad de Recursos Humanos de los Estados Unidos concluyó que el 61% de las compañías de ese país afirma que sus empleados son de orígenes tan diversos que ya no pueden ignorar los conflictos directamente asociados con tal diversidad. El estudio señala también que la gente, después de asistir a las sesiones de entrenamiento para aprender a enfrentar esos conflictos, queda más irritada de lo que estaba.

¿Por qué no podemos expresar buenas cualidades y vivir en armonía los unos con los otros? Porque cada cultura tiene una experiencia diferente de la vida, y eso incide en lo que cada una de ellas considera correcto. Lo que es totalmente razonable para una cultura puede que no tenga ningún sentido para otra. Quizás una cultura considere importante, por ejemplo, la confianza en uno mismo, mientras que para otra, puede que eso no sea una virtud porque le da más valor a la cooperación entre los individuos.

Por supuesto que ambas posiciones son necesarias y buenas. Aunque también tienen sus desventajas. Por un lado, la independencia que no está acompañada de la unión con los demás puede ser egoísta, una mentalidad centrada sólo en sí misma. Mientras que la unión total que excluye los derechos y el bien individuales sofoca tanto la inventiva como la libertad.

Un escritor del Nuevo Testamento indica cuál es la respuesta al concepto limitado que tiene el mundo sobre la diversidad. Primero habla de los dones específicos que les son dados a los individuos para que lleven adelante el ministerio de Cristo: "Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, pastores y maestros... a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo". Pero en el versículo siguiente indica la perfección que resulta al realizar esta obra: "hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo". Cuando entendamos quiénes somos verdaderamente ya no seremos "niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina..." Efesios 4:11–14.

Dios creó a Su hijo para que fuera individual. Sin embargo Su grandioso plan incluye mucho más que simplemente uno de Sus hijos exprese bien una habilidad en particular y que otro se destaque en algo diferente. Cada uno de nosotros es, en realidad, la semejanza de Dios. La semejanza de aquello que es completo, es completa. Dios es individualidad infinita. Dios incluye todo el bien y provee a Sus hijos de todo lo que es bueno; cada uno lo expresa de una manera en particular. La verdadera individualidad proviene de Dios únicamente, y es enteramente espiritual. No tiene nada que ver con la herencia, el ambiente, la cultura ni ninguna condición mortal. Podríamos decir que la diversidad es como un gran desfile, donde todos avanzan al son de un mismo ritmo, pero cada uno marcha con un paso y un donaire que le son propios. Para poder trabajar y convivir con gente de diferentes razas y culturas, es necesario percibir que la verdadera identidad espiritual es íntegra y santa.

La oración nos ayuda a descubrir la naturaleza real e intacta de las personas.

Un ejercicio que encontré en una revista para niños me dio la idea de cómo hacerlo. En un lado de la página hay una escena completa. En el otro lado está la misma escena, pero con espacios en blanco. Se supone que el niño debe mirar el dibujo original para ver lo que debería estar en los lugares vacíos y luego dibujarlos para que la segunda página quede igual que la primera.

Podemos aplicar esta idea, por ejemplo, cuando trabajamos con alguien que no tiene mucho tacto en su relación con los demás. Esto no tiene por qué herirnos o irritarnos. Primero, podemos orar pensando en el dibujo completo, pidiéndole a Dios que nos ayude a percibir la perfección espiritual de ese individuo. Luego podemos pensar en las buenas cualidades que posee nuestro compañero de trabajo. Y al abrir nuestro pensamiento a la verdad espiritual, veremos claramente que la falta de tacto no es una cualidad de la semejanza de Dios. Es tan solo un vacío, un espacio en blanco en el dibujo donde necesitamos reconocer que la naturaleza real de ese individuo incluye discreción y sensibilidad. De esta manera reflexionamos acerca de la verdad que la oración nos enseña y descubrimos la naturaleza real e intacta de esa persona. Entonces podemos llenar ese espacio vacío con nuestra visión correcta. Esto ayuda a nuestro compañero de la manera que Mary Baker Eddy describe en Ciencia y Salud: "Los ricos en espíritu ayudan a los pobres en una gran hermandad, teniendo todos el mismo Principio, o Padre; y bendito es ese hombre que ve la necesidad de su hermano y la satisface, procurando su propio bien beneficiando a otro".Ciencia y Salud, pág. 518.

El ver a las personas de esta manera no solamente los bendice a ellos, sino también a nosotros, porque experimentamos lo que vemos. Nuestro compañero de trabajo tal vez comience a expresar más tacto, o quizá continúe actuando del mismo modo, pero eso ya no nos molestará. Después de todo, reaccionamos sólo ante lo que creemos que es real. En lo que concierne a nuestros propios errores y equivocaciones, Pedro escribe: "...todas las cosas que pertenecen a la vida y la piedad nos han sido dadas por su divino poder, ...añadid a vuestra fe, virtud; a la virtud, conocimiento; al conocimiento, dominio propio; al dominio propio, paciencia; a la paciencia, piedad; a la piedad, afecto fraternal; y al afecto fraternal, amor". 2 de Pedro 1:3, 5–7. Esto no nos dice simplemente lo que debemos hacer; nos muestra las verdaderas leyes de la realidad. El reflejo de Dios, Su imagen, no puede expresar sólo algunas de las cualidades de Dios o expresar unas en desmedro de otras. Por lo tanto, no existen extremos que estén en conflicto.

Está bien ser tolerante, pero en lugar de racionalizar o perdonar una expresión parcial de la bondad que se atribuye a distintos grupos o tipos de personalidades, podemos apreciar todo lo que manifieste a Dios en cada uno de nosotros. Podemos valorar el ejemplo de nuestras propias cualidades especiales y las de los demás, así como Dios revela Su plenitud en cada uno de nosotros, cualesquiera sean nuestros orígenes.

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