Las Posiciones se endurecen, la animosidad se acentúa y rige el poder de las armas. La guerra duramente nos recuerda que la fuerza física es un medio irracional para lograr la estabilidad o justicia. De hecho, la guerra fortalece nuestra convicción de que debe haber una mejor forma de poner fin a las hostilidades y lograr la paz.
Esa convicción existe desde hace mucho tiempo. Uno de los primeros profetas hebreos habló de un "Príncipe de Paz" que establecerá la justicia por medio de la sabiduría y el entendimiento espiritual. Véase Isaías 9:6. Y Pablo se refiere a una forma de victoria que no incluye derramamiento de sangre: "porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas, derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo". 2 Corintios 10:4,5.
La sabiduría de las épocas insisten en que el poder de Dios y la obediencia al bien nos permiten resistir el férreo puño de la crueldad, y finalmente nos liberan de él. Sin embargo, la guerra siempre hace que nos preguntemos: ¿No deberíamos enfrentar la fuerza con la fuerza? ¿De qué sirve la espiritualidad en medio de la brutalidad? Aquí, la mente humana se enfrenta a un callejón sin salida. Para salir de él, se necesita un cambio de perspectiva. Pablo se refiere a esta perspectiva cuando nos dice que las "fortalezas" que enfrentamos no son físicas y personales, como parecen ser, sino sólo "argumentos".
Iniciar sesión para ver esta página
Para tener acceso total a los Heraldos, active una cuenta usando su suscripción impresa del Heraldo ¡o suscríbase hoy a JSH-Online!