Hace Dieciocho años que trabajo como agente de policía en una pequeña población de Massachusetts, Estados Unidos. He ido ascendiendo de rango y actualmente soy sargento. Mis principales responsabilidades son patrullar la comunidad y atender las llamadas de emergencia.
Fui la primera mujer de mi área que completó el estricto entrenamiento básico requerido para ser agente de policía. Desde el principio tuve que superar todo tipo de actitudes negativas por ser parte de una minoría. Yo no me veía como una minoría, insistía en que era la hija de Dios y que reflejaba cualidades espirituales, tanto masculinas como femeninas, que Dios nos ha dado a todos.
He visto que la única manera de contrarrestar las actitudes y comentarios injustos, tan excluyentes, despreciativos, desmoralizadores y exagerados, es confiar en Dios y en el poder de la oración. Me esfuerzo por decir lo que Dios quiere que diga y no caer en el engaño de sentirme víctima, insultada, desplazada, impotente, inferior, cohibida o diferente. Soy una hija de Dios y tengo todo lo que necesito, incluso los pensamientos, visión e inteligencia idóneos; sabré todo lo que necesite saber, y si debo orar todo el día y toda la noche, eso es lo que voy hacer.
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