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Una sargento de policía encuentra su fortaleza en Dios

Del número de marzo de 2001 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Hace Dieciocho años que trabajo como agente de policía en una pequeña población de Massachusetts, Estados Unidos. He ido ascendiendo de rango y actualmente soy sargento. Mis principales responsabilidades son patrullar la comunidad y atender las llamadas de emergencia.

Fui la primera mujer de mi área que completó el estricto entrenamiento básico requerido para ser agente de policía. Desde el principio tuve que superar todo tipo de actitudes negativas por ser parte de una minoría. Yo no me veía como una minoría, insistía en que era la hija de Dios y que reflejaba cualidades espirituales, tanto masculinas como femeninas, que Dios nos ha dado a todos.

He visto que la única manera de contrarrestar las actitudes y comentarios injustos, tan excluyentes, despreciativos, desmoralizadores y exagerados, es confiar en Dios y en el poder de la oración. Me esfuerzo por decir lo que Dios quiere que diga y no caer en el engaño de sentirme víctima, insultada, desplazada, impotente, inferior, cohibida o diferente. Soy una hija de Dios y tengo todo lo que necesito, incluso los pensamientos, visión e inteligencia idóneos; sabré todo lo que necesite saber, y si debo orar todo el día y toda la noche, eso es lo que voy hacer.

Muchas veces el panorama se veía sombrío, como cuando el odio, el sexismo, el resentimiento y los celos trataban de derribarme. La única manera de sobrevivir era recurrir a Dios. Encontré apoyo en los escritos de Mary Baker Eddy, que hicieron posible que en cada reto que se me presentara yo pudiera contradecir las sugestiones que a gritos reclamaban ser reales y poderosas. La creencia de que una mujer no es lo suficientemente fuerte para arrestar a un borracho violento, a un adolescente enloquecido por la droga o a un individuo sicótico, no es verdad. El conocimiento de que Dios es la única fuente de poder, y por tanto, mi fuente de fortaleza, y que Dios nunca me pondría en una situación que no pudiera manejar con Su ayuda, ha sido la base de muchas experiencias maravillosas. No es la fuerza física lo que me ha permitido triunfar sino la convicción de que Dios está siempre presente y es omnipotente.

Esta misma convicción me ha ayudado a enfrentar a los que violan la ley. Estoy aprendiendo que el mal no es parte de la creación de Dios, y que el hombre, tal como Dios lo hizo, no tiene inclinación a conspirar, mentir o cometer fraude. Dios ama a todos Sus hijos todo el tiempo, y Él nunca está ausente, ni por un instante. Por lo tanto, los hijos de Dios, tanto en el trabajo como en la comunidad, siempre están alertas y no son apáticos ni ignorantes, sino que están deseosos de rechazar las tentaciones del mal. "Los pensamientos y propósitos malos no tienen más alcance ni hacen más daño, de lo que la creencia de uno permita. Los malos pensamientos, las concupiscencias y los propósitos malévolos no pueden ir, cual polen errante, de una mente humana a otra, encontrando alojamiento insospechado, si la virtud y la verdad construyen una fuerte defensa". Ciencia y Salud, pág. 234.

A través de los años he sido testigo de innumerables ejemplos en los que la oración ha vencido al mal; estas experiencias son claras señales de obra Dios. El mal no puede tener ningún efecto donde Dios está, y a diario me estoy esforzando por ver que Dios está en todas partes, todo el tiempo. Como hija de Dios, es mi trabajo ver Su creación floreciendo en el lugar de trabajo, en el hogar, en la comunidad y en el mundo entero.

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