Salía De La ciudad cuando vi el siguiente anuncio en un conjunto de viviendas: "Si usted viviera aquí, ya estaría en casa".
Lo cierto es que yo no vivía allí, pero el cartel me hizo pensar en lo que el hogar significa para mí. Hay casas de diferentes estilos y en distintos lugares. Hay apartamentos, mansiones, cabañas, chozas; casas en el desierto, en la cima de la montaña, cerca del mar, en la selva. Por lo que bien podríamos preguntarnos, ¿son las cuatro paredes que llamamos nuestra casa, realmente el hogar?
Leo la Biblia con frecuencia, y me ha enseñado mucho acerca del hogar. Por ejemplo:
"Señor, tú nos has sido refugio de generación en generación". Salmo 90:1.
"El que habita al abrigo del Altísimo, morará bajo la sombra del Omnipotente". Salmo 91:1.
"Ciertamente el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida, y en la casa de Jehová moraré por largos días". Salmo 23:6.
Los escritos de Mary Baker Eddy son otra fuente de inspiración sobre el tema. Ella escribe: "Peregrino en la tierra, tu morada es el cielo; extranjero, eres el huésped de Dios".Ciencia y Salud, pág. 254.
Irving C. Tomlinson, que fue durante un tiempo uno de los secretarios de la Sra. Eddy, escribe en su libro, Twelve Years with Mary Baker Eddy (Doce años con MBE), sobre una ocasión en la que la Sra. Eddy le dijo al personal de su casa: "El hogar no es un lugar, sino un poder. Encontramos el hogar cuando llegamos al entendimiento pleno de Dios. ¡Hogar! ¡Piense en ello! Donde los sentidos no hacen demandas y el Alma satisface".Twelve Years with Mary Baker Eddy, Edición Ampliada (Boston: La Sociedad Editora de la Christian Science, 1996) pág. 211.
Nuestro verdadero hogar está con Dios, en el reino de los cielos. Eso es lo que esos pasajes me sugieren. Como hijos de Dios, jamás estamos desalojados o desplazados del hogar. No importa dónde estemos, ni cuáles sean nuestras condiciones de vida, lo cierto es que continuamos viviendo en Dios, siempre. Jamás estamos separados de Su amor, cuidado y protección. En un sentido más elevado, siempre estamos en el hogar.
Antes de casarme, había vivido en distintos lugares, ya que mi familia se mudaba de lugar con frecuencia. A los tres años de haberme casado, compramos con mi esposo nuestra primera casa en la que vivimos durante veinticinco años y donde criamos a nuestros dos hijos. Vivir durante tanto tiempo en un mismo lugar fue una experiencia nueva para mí, y sentí que había echado raíces.
Tiempo después se me presentó una oportunidad de empleo en el centro del país. En aquel entonces, estaba muy contenta con mi empleo, por lo que no tenía intenciones de enviar una solicitud. Pero el pensamiento era tan insistente, que finalmente envié mi currículum y una solicitud de empleo.
Después de una seria de entrevistas telefónicas, la compañía ofreció pagarme el pasaje de avión para que tuviera una entrevista personal que llevaría varios días. Me di cuenta de que estaba a la cabeza de la lista de candidatos para ese puesto, y me preguntaron si aceptaría el cargo en caso de que me fuera ofrecido. Contesté en forma afirmativa.
Mientras me preparaba para el viaje, comencé a mirar la casa en la que había vivido durante tanto tiempo. Si me mudaba, no podría llevarme todos los muebles y cosas que tenían para mí mucho valor sentimental. Además, mi familia y muchos de mis amigos vivían en esa zona. ¿Podría realmente dejar todo aquello? Antes de partir, pensé en algunos de los pasajes que cité anteriormente, para comprender mejor lo que el hogar significaba para mí.
Durante mi serie de entrevistas, hablé con mucha gente y me sentí muy a gusto con todos. Tuve un sentido espiritual y profundo de hogar. Cuando regresé, miré nuevamente la casa y pensé: "Estas cosas no significan realmente nada". Sabía que sentirme en mi hogar no era cuestión de habitar una estructura en particular ni de estar rodeada de cosas familiares, sino que era algo que procedía de mi unidad con Dios.
Cuando a los pocos días me ofrecieron el puesto, lo acepté sin dudar. Tengo ahora un nuevo hogar que es perfecto para mis necesidades, nuevos amigos que se suman a los viejos y una nueva iglesia filial. En ningún momento tuve una sensación de pérdida, soledad o desplazamiento, sino sólo de gozo, abundancia y del inefable cuidado de mi Padre-Madre Dios. Estaba — y estoy — en el hogar.