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El gusto por la música clásica

Del número de marzo de 2001 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Recuerdo que de chico yo escuchaba los discos de música clásica que ponía mi padre. Fue algo que estaba acostumbrado a escuchar, pero cuando cumplí los once años, comencé a sentirme cautivado por esta música. En esa época quería ser cantante de ópera, pero como era muy joven para tomar clases de canto los maestros de la escuela de música me dijeron que comenzara tocando un instrumento musical y luego empezara a cantar, para que mi voz madurara. Decidí tocar la flauta, porque me parecía que ese instrumento era capaz de reproducir sonidos similares al canto. Me gustó tanto que desde entonces no la he dejado.

Hoy, después de años de estudiar música clásica, estoy empezando a comprender su significado más profundo. Me he dado cuenta de que es la relación que tengo con el compositor lo que hace que la música me conmueva tanto. Los innumerables valores y sentimientos que encierra la música producen esa sensibilidad espiritual. En muchos casos, los compositores escribieron música para gente de nuestra edad, gente que tenía los mismos sentimientos y experiencias que nosotros. No importa que haya sido escrita hace siglos, porque no tiene época, es como las obras de Shakespeare. Por ejemplo, el tema del amor que encontramos en Romeo y Julieta, también se siente en las sinfonías de Brahms o Mahler. La inspiración que tuvieron esos compositores cuando estaban creando esas hermosas obras maestras es una expresión del Alma, o Dios, y es por esa razón que siempre hay un público que las aprecia. Su música es capaz de transmitir emociones que las palabras no pueden describir.


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