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La oración puede cambiar el clima destructivo

Del número de mayo de 2001 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


La Vida en nuestro planeta necesita agua. El clima, un fenómeno atmosférico, es lo que eleva el agua de los océanos y la distribuye sobre la superficie de la tierra. La vida brilla en todo su esplendor. Las flores estallan en colores. Las selvas se cubren de verde. Los animales y los seres humanos prosperan y el clima que contribuye a todo ello expresa el hecho espiritual de que Dios, el Principio divino, gobierna el universo por medio de la ley divina, y mantiene la oferta y la demanda en perfecto equilibrio. Esa ley anula excelsos y extremos, disuelve deficiencias y daños, y preserva un equilibrio armonioso. A medida que obtenemos conciencia de la perfecta ley divina de la oferta y la demanda, vemos una mayor evidencia de ella en condiciones climáticas que son productivas, no destructivas.

Es entonces cuando la oración entra en acción, poniéndonos en consonancia con la conciencia divina, con la única Mente, que calma y sana. ¿Puede la oración, casi inadvertida en su quietud, tener realmente influencia sobre fenómenos de dimensiones tan grandes como el clima? ¡Claro que sí! La oración tiende a silenciar el alboroto mental que, tal como el granizo que golpea sobre los techos de zinc, nos impediría escuchar la voz de la armonía divina. Entonces discernimos las cosas santas de Dios, que son dignas de considerar. Por ejemplo, al aquietar los conceptos limitantes y materialistas que tiene la mente carnal con respecto a la vida, podemos ver que Dios tiene completo control de Su creación, que es realmente espiritual y totalmente armoniosa. Percibimos que bajo Su ley de armonía perfecta, coexisten elementos aparentemente opuestos, como la calma y la acción, sin anularse mutuamente. Ambos son necesarios y no están en conflicto. Esta comprensión de lo que realmente está ocurriendo en la creación de Dios ayuda a que el hombre perciba esa realidad y sea una expresión concreta de ella.

La realidad espiritual, en la cual no hay conflictos, es la única realidad de la existencia, estemos o no conscientes de ello. Pero es mejor saberlo porque en la escena humana lo que es bueno para uno quizás no lo sea para otro. El marino desea un día ventoso, en tanto que el fumigador de plantíos desea un día sin viento. Si la oración fuera simplemente pedir la intervención divina en una determinada situación humana, ¿quién se beneficiaría, el marino o el fumigador? ¿Y qué decir del esquiador, que no desea ni un día ventoso ni un día sin viento, sino tan sólo que haya nieve? Inevitablemente, habría más perdedores que ganadores. Pero la oración en su verdadero significado no es un trayecto mental para que la fuerza espiritual produzca cambios materiales. Es el silencioso reconocimiento y percepción del poder y la constancia absolutos de Dios. Él nunca está en conflicto consigo mismo. Los planes mortales no entran en conflicto en el universo espiritual de Dios. Simplemente, no existen en él.

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