Un Verano pasé los momentos más aterradores de mi vida, debido a una tormenta que se produjo en las Montañas Blancas de New Hampshire, Estados Unidos. La tempestad nos atrapó en una colina abierta durante una tormenta eléctrica, a una milla por debajo de la cima del Monte Washington. El viento era tan fuerte que nos arrojó al suelo. Yo sabía que tenía que controlarme y superar el pánico que sentía.
Recordé el Padre Nuestro. Al repetirlo mentalmente me sentí más tranquila. Entonces pensé que Dios está siempre presente y nos ama a todos. También recordé la historia de los discípulos que fueron atrapados en medio de una tormenta en el mar (véase Mateo 8:23—26). Pensé en lo tranquilo que estaba Jesús cuando los discípulos, temiendo por sus vidas, lo despertaron. En el momento que Jesús reprendió al viento y a las olas, el mar se calmó y el temor de los discípulos desapareció. Al pensar en esta historia de la Biblia, pude ver que cada uno de nosotros estaba seguro bajo el cuidado de Dios. Él no crea peligros y no debemos tener miedo. Dios cuidó de los discípulos y estaba cuidando de nuestro grupo y de los que estaban detrás de nosotros en el camino.
Al mirar hacia las montañas, pude ver que la tormenta continuaba y sentía la constante presión del viento sobre mi mochila, pero mis temores habían desaparecido. Sentí que estaba conmigo. Reconocí que Él me amaba tanto como había amado a los discípulos. Todos estábamos seguros, aun en medio de una tormenta. Después de doce minutos, la tormenta disminuyó, y llegamos a destino sin más incidentes.
Tres semanas más tarde estaba nuevamente en las Montañas Blancas como co-líder de un grupo de diez personas. Durante la primera noche en el campamento hubo algo de viento y se habló de que sería más fuerte en los lugares más fuerte en los a recorrer durante nuestra caminata a la mañana siguiente. Esa noche antes de irme a dormir, recordé el cuidado que Dios nos brinda. Sentí Su bondad y me embargó una sensación maravillosa. Para cuando comenzamos nuestra caminata a la mañana siguiente, el viento no era más que una brisa agradable.
En otra ocasión, cuando tenía diecinueve años, viajé a otro estado para visitar a mi prometido y ver el área donde viviríamos en pocos meses. Una mañana durante ese viaje, me desperté con un dolor punzante en el estómago. Declaré con vehemencia que yo era el reflejo perfecto de Dios. Sabía que como hija de Dios sólo podía tener el bien. Era muy claro para mí que Dios no había creado ningún dolor y que nada me podía impedir disfrutar de estos días de vacaciones. La certeza de que Dios estaba presente conmigo y era el único poder, llenó por completo mi pensamiento. En tan solo uno o dos minutos, el dolor desapareció por completo. Pude disfrutar del resto de mis vacaciones y el dolor no regresó. Sigo muy agradecida por haber sido sanada y por saber que Dios está en dondequiera que voy, siempre.
Agradezco todo lo que he aprendido en la Escuela Dominical de la Christian Science, por la Instrucción en Clase Primaria, y por el estudio continuo de la Lección Bíblica Semanal. También estoy agradecida a Mary Baker Eddy por la dedicación con que escribió Ciencia y Salud, que me ha ayudado a comprender lo útil que es la Biblia en mi vida.
Batavia, Nueva York, EUA