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Lecciones de arte escénico

Del número de mayo de 2001 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Una De Las Primeras lecciones que aprendemos cuando estudiamos arte escénico es dominar los sentidos. Uno aprende a escuchar, por ejemplo. Para escuchar con detenimiento se requiere de esfuerzo y concentración. Si uno quiere actuar bien, necesita recibir la información libre de opiniones personales a fin de responder espontánea y honestamente. Si realmente estás escuchando, el oído se “enciende” para recibir, y el monólogo interior, tu propio diálogo, se “apaga”.

La oración nos pone en contacto con la verdad.

Pronto descrubrí que también se puede aplicar esta observación cuando uno ora. O sea que “encendemos” nuestro oído a la voz de Dios, “apagando” la nuestra. Lo mismo que la oración, para escuchar es necesario tener humildad, compromiso y concentración,

La humildad viene con el reconocimiento de que Dios es más grande que cualquiera de nosotros. El es el único creador del universo. Cuando oras, el objetivo no es darle a Dios toda clase de información, diciéndole lo que quieres o necesitas. Cuando escuchas los pensamientos que Dios te envía, hazlo dispuesto a aceptarlos porque son una expresión del amor que sana. La armoniá está presente, no importa lo que los sentidos materiales parezcan decir.

Esos mismos sentidos pretenden informarnos de todo lo que la vida es, cómos ver, oír, gustar, oler y sentir la realidad. Pero, por ser materiales, no lo pueden hacer; sólo pueden sugerir que lo que están reportando es real y verdadero.

El arte escénico, si no se hace con de manera convincente, manera convincente, normalmente es una imitación del comportamiento, sin una conexión o emoción reales, y en tal caso, es una farsa. Por ejemplo, imagínate que en este momento estoy tomando limonada, que está muy fría, un poco agria y muy refrescante. Siente el vaso frío, oye el tintineo de los cubos de hielo e imagínate que entrecierro mis ojos mientras tomo unos sorbos. Sin darte cuenta tu boca se llena de saliva y tus labios se fruncen. Sin embargo, la verdad es que yo no estoy tomando limonada; es más, no estoy tomando nada. Tu imaginación no estaba expresando la verdad, sólo la supuesta verdad que yo te sugerí.

El escuchar espiritualmente a Dios silencia los sentidos físicos y así evita que seamos engañados por ellos. Por medio de la oración se establece en nuestra conciencia la unidad que verdaderamente existe entre Dios y nosotros, y de esta manera lo divino gobierna lo humano. Somos gobernados por la armonía y el amor de Dios, que tienen un efecto sanador y restaurador en nuestra vida. Es decir, somos bendecidos.

Ésta es la del Cristo, que bendice. Mary Baker Eddy, da muchas explicaciones concisas y hermosas del Cristo, como ésta: “El Cristo es la verdadera idea que proclama al bien, el divino mensaje de Dios a los hombres que habla a la consciencia humana”.Ciencia y Salud, pág. 332. Orar consiste en escuchar el mensaje del Cristo, que transmite la verdad de que hay un Dios totalmente bueno, que es Espíritu infinito y que lo que el Espíritu crea, es espiritual y bueno, y eso nos incluye a ti y a mi. Obviamente esta realidad espiritual es muy diferente de lo que los sentidos físicos sugieren. La oración nos pone en contacto con la verdad, con la verdad espiritual, y revela nuestra íntima relación con Dios.

Cuando estaba estudiando arte escénico en la universidad, tuve la oportunidad de poner en práctica en poner práctica técnicas de escuchar de un modo metafísico. Mi padre y yo estábamos pasando por tiempos difíciles; discutíamos mucho en nuestras llamadas telefónicas de larga distancia. Una mañana, estaba empacando para volver a casa para las vacaciones de primavera, y me la pasé imaginando conversaciones negativas con mi padre. En poco tiemple había esbozado el terrible viaje que me esperaba, y había empezado a compadecerme y a prepararme para ser más infeliz. De repente, me vino el pensamiento de que debía escuchar, realmente escuchar. Me encontré respondiendo con una actitud positiva hacia las memorias negativas que estaba “oyendo”. “No voy a discutir con mi padre” dije en voz alta. “Dios, Tú eres mi Padre; estoy escuchando. Dime qué hacer, y lo haré”.

Mi Padre celestial hizo exactamente eso. Lo que vino a mi conciencia fueron varias lecciones sobre la importancia de escuchar, que había estado practicando recientemente en mis clases de arte escénico. Entonces, me di cuenta de que realmente no había estado escuchando a mi papá. Únicamente había estado escuchando lo que creía respecto a cualquier tema que habláramos, pensando que solamente yo tenía la razón.

Una y otra vez me venían las preguntas: “¿Qué es lo que mi padre no oye de mi parte?” “¿Qué es lo que él quiere que le diga?” Me negué a escuchar cualquier otra voz que no fuera la de Dios. Oré con vigor para escuchar Sus respuestas. Me sentí como Jacob luchando con el ángel, y no estaba dispuesto a permitir que se fuera hasta que me bendijera. Véase Génesis 32:24 — 30.

Mantuve este pensamiento inspirado las diez horas que me llevó viajar desde mi departamento en Nueva York a la casa de mi padre, en California. Algunas veces las “conversaciones” que estaba teniendo con mi papá parecían muy reales. Parecía fuerte la tentación de admitir al menos algo negativo respecto a él, sin embargo, la inspiración que me daba ese mensaje de Dios, me permitió rechazar todo pensamiento negativo.

Entonces, ¡surgió la revelación!: Mi papá no sabía que yo lo amaba. Y entonces Dios me dio una misión; me mostró cómo escuchar espiritualmente a mi papá, cómo amarlo y respetarlo, no por lo que dijera, sino por lo que él en realidad era: el hijo de Dios. La verdadera naturaleza de mi papá refleja la naturaleza de Dios, nuestro Padre divino. Ésa es la verdad. ¿Cómo no iba a querer oír lo que el reflejo de Dios tenía que decir?

Inmediatamente que llegué, escuché atentamente a mi papá, y su manera tan única de expresarse. Escuché su ritmo al hablar, totalmente cautivado. Yo estaba muy contento con sólo escucharlo. Estuve haciéndole pregunta tras pregunta, y lo amé a él más que a las respuestas, satisfecho de ocuparme en los negocios de mi Padre al amarlo incondicionalmente. Muy pronto mi papá hizo algunos comentarios que mostraban lo contento que estaba de nuestra reunión, y antes que finalizara el día, dijo que ésta era la mayor alegría que había tenido conmigo. Se había producido la curación. Por escuchar a mi Padre celestial, oí Su mensaje de amor, y fui bendecido, transformándome en Su ángel mensajero. “Porque Jehová al que ama [corrige], como el padre al hijo a quien quiere”. Proverbios 3:12, versión King James.

El escuchar, sin otra intención más que la de aprender y amar, es una actividad de lo más gratificante.

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