Skip to main content Skip to search Skip to header Skip to footer

Resuelve sus problemas financieros

Del número de mayo de 2001 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Hace Años Trabajaba en la primera exportadora de productos siderúrgicos, una de las más grandes empresas del país. En aquel tiempo era muy joven y tenía un puesto importante, con casi 100 personas a mi cargo, una gran oficina, y secretaria. Estaba muy orgulloso de los logros que yo había obtenido solo, sin la ayuda de nadie. Me sentía en el umbral de mi carrera, y miraba a los demás con aire de superioridad. Con el tiempo me di cuenta de que mi ego también era GRANDE.

La empresa sufrió entonces una transformación, y ya no me gustaba; pasó a manos privadas y comenzaron a echar gente. A mí me propusieron que me quedara y que echarían a seis personas de mi departamento. Pero no acepté. Así que me fui, convencido de que no sería difícil conseguir algo mejor. Pero esta vez sería sin jefes; yo sería mi propio jefe. De modo que con un ex compañero de oficina, pusimos un negocio con la ayuda de nuestras indemnizaciones. Este negocio, supuestamente, nos iba a llenar de dinero. Elegimos un muy buen lugar, que no era muy grande y no tenía aire acondicionado y en verano era muy caluroso; pero no importaba, era el mejor lugar.

A los dos meses cerca de allí abrió otro negocio igual, mucho más grande y lujoso, y el nuestro ya no era el mejor lugar. Poco a poco nos quedamos sin clientes. Ya no alcanzaba el dinero, que antes desbordaba y se gastaba, total siempre se conseguía. Y vino la desesperación, la escasez.

Mi socio me dijo angustiado: — ¿Qué vamos a hacer? No hay trabajo, nadie nos necesita. ¿Cómo vamos a pagar las deudas que contrajimos en este negocio?

Le pedí al Padre que me mostrara el camino que debía seguir.

Yo no tenía las respuestas. Sentía que el mundo se derrumbaba. Entonces me acordé del libro Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, que estaba arrumbado en la biblioteca de casa y que durante mucho tiempo no había podido leer porque estaba muy ocupado con mi trabajo. Al abrirlo en el prefacio leí la siguiente frase: “Para los que se apoyan en el infinito sostenedor, el día de hoy está lleno de bendiciones” (pág. vii).

Pensé: “Si miro el día de hoy con ojos materiales, ¿qué bendiciones veré? Ninguna”. Tenía que cambiar mi pensamiento. Tenía que bajar mi orgullo. Al decirlo me acordé que la Biblia dice: “Lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte... a fin de que nadie se jacte en su presencia” (1 Corintios 1:27, 29). Me di cuenta de que siempre me creí el mejor, el más fuerte, el primero; y nunca lo fui. Entonces dejé que Dios se ocupara de mí, decidí apoyarme en “el infinito sostenedor”.

Esto me llevó a leer en la Biblia la historia que está en 2 Reyes sobre la viuda que no tenía nada y venían los acreedores a cobrarle. Cuando le pidió ayuda al profeta Eliseo, él le pregunto qué tenía en su casa. Ella entonces le respondió que lo único que tenía era una vasija de aceite. Eliseo le dijo que pidiera a sus vecinos todas las vasijas que pudiera, que las llenara con su única vasija de aceite, que vendiera ese aceite y pagara sus deudas, y que ella y sus hijos vivieran de lo que quedara.

Busqué en Ciencia y Salud, el significado de aceite, y en la página 592 encontré que dice: “ACEITE: Consagración; Amor; dulzura; oración; inspiración celestial”.

Me pregunté qué tenía yo de estas cualidades. Al principio me parecía que nada. Entonces me vino un pensamiento angelical: “Pídele al Padre y Él hará”. Me puse a orar como dice Ciencia Salud: “Cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta ora a tu Padre que está en secreto, y tu padre que ve en lo secreto te recompensará en público” (pág. 14).

Oré para dejarle de hacer caso a los sentidos materiales, que me sugerían que todo estaba perdido y que nadie me ayudaría. Le pedí al Padre que se ocupara de mí, que me mostrara el camino que debía seguir, y eso me tranquilizó. Sabía que Dios resolvería mi situación, y que como Su hijo amado nunca estaba desamparado.

Al día siguiente, fui como todos los días al negocio, pero mi semblante era distinto. Mi socio se dio cuenta y me preguntó a qué se debía el cambio. Le respondí que me había dado cuenta de que tenía aceite para dar y que el que lo necesitara me lo vendría a pedir. Me preguntó irónicamente si creía que alguien pasaría por la puerta y me ofrecería trabajo. No le respondí y dejé que el Padre respondiera por mí. A los pocos días se acercó al negocio un ex jefe de la antigua empresa, que al verme me preguntó si le podía hacer un favor: necesitaba una persona con mis conocimientos para un trabajo temporal de seis meses. Le respondí que sí. Y esos seis meses se transformaron en seis años. Mi socio también ingresó conmigo, cumpliéndose lo que dice la Sra. Eddy: “En la relación científica entre Dios y el hombre, descubrimos que todo lo que bendice a uno bendice a todos...” (Ibid., pág. 206). De este modo comenzaron a resolverse poco a poco nuestras deudas.

Esto que ocurrió me hizo crecer espiritualmente, y me ayudó a ver en mayor medida la bondadosa obra de Dios.


Para explorar más contenido similar a este, lo invitamos a registrarse para recibir notificaciones semanales del Heraldo. Recibirá artículos, grabaciones de audio y anuncios directamente por WhatsApp o correo electrónico. 

Registrarse

Más en este número / mayo de 2001

La misión del Heraldo

 “... para proclamar la actividad y disponibilidad universales de la Verdad...”

                                                                                                          Mary Baker Eddy

Saber más acerca del Heraldo y su misión.