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La curación metafísica

Lo que realmente necesitamos perder

Del número de mayo de 2001 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Los Comerciales anuncian continuamente productos para bajar de peso, pero la continua demanda de nuevos productos sugiere que no son muy eficaces que digamos.

Una vez oí de una prueba para determinar si una persona sufre de demencia, que me demostró por qué muchos de los planes para perder peso no siempre dan buenos resultados. Encerraron a un número de personas en un cuarto sellado en el que había un grifo abierto, y en una esquina había un trapo de piso y una cubeta. Si el sujeto cerraba tranquilamente el grifo, se lo consideraba sano; si recogía el agua con el trapo para no ahogarse, se lo consideraba emocionalmente inestable.

En este caso, lo que se necesitaba arreglar no era el exceso de agua, sino el grifo abierto. Cuando se trata de la pérdida de peso, el problema comúnmente se lo identifica como un exceso de tejido corporal. Pero quizá esto sea sólo el síntoma, y el problema realmente sean los pensamientos sobre la comida y nuestro cuerpo que inundan nuestro pensar.

Mientras crecía, siempre pensé que tenía un poco de sobrepeso, que no era muy atractiva, ni tan atlética como mis compañeras. También me sentía incapaz de moderar mis hábitos alimenticios, y en ocasiones comía en exceso.

No obstante, conforme me desarrollaba como mujer y como atleta, sentí que era importante que fuera esbelta y tuviera buena condición física. Tuve cierto grado de éxito restringiendo mi dieta; pero esto despertó en mí una preocupación por la comida y la imagen corporal. Aun cuando perdí mucho peso, mi preocupación por lo que comía y por cómo me veía era tan obsesiva, que me pesaban más mis pensamientos y actividades, que el exceso de kilos. La ligereza que sentía al perder peso era efímera, y siempre terminaba recuperando los kilos perdidos, y tenía que empezar nuevamente.

Un año, pocas semanas antes de los campeonatos nacionales de esquí, mi entrenador insistió en que debía perder peso para esquiar lo mejor posible. Al pensar más detenidamente en lo que me había pedido, me di cuenta de que lo que realmente me agobiaba en la pista de esquí y en cualquier otro lado, era mi obsesión por la comida y por mi imagen física. Aunque el comer excesivamente y tener sobrepeso obviamente eran producto de esas obsesiones, eran tan solo los síntomas, no la raíz del problema. Esto me ayudó a entender que realmente no era mi cuerpo el que me agobiaba, sino la manera en que pensaba acerca de mi cuerpo.

Yo pensaba que el sobrepeso, la irresistible atracción a la comida, y la imposibilidad de moderar mis hábitos alimenticios eficazmente, eran inherentes a mí. Un pasaje de Ciencia y Salud me hizo pensar en una forma diferente: “Quitar del pensamiento confianzas equivocadas y testimonios materiales a fin de que aparezcan las verdades espirituales del ser, ése es el gran logro por el cual eliminaremos lo falso y daremos entrada a lo verdadero. Así podremos establecer en la verdad el templo, o cuerpo, ‘cuyo arquitecto y constructor es Dios’”.Ciencia y Salud, pág. 428.

Ver a Dios como mi “arquitecto y constructor” me traería una libertad y fortaleza al esquiar y al realizar mis otras actividades, que la atención a la dieta y a la imagen física nunca podrían lograr. Hice un compromiso consciente para dejar de obsesionarme con la pérdida de kilos. En lugar de eso me concentré en perder la perspectiva equivocada que tenía de mí misma como si fuera material y física, en lugar de espiritual, diseñada y formada por Dios.

Al reconocer que Dios es el único poder del universo, me di cuenta de que la materia es incapaz de interferir con Su acción y expresión. Me esforcé por verme como la semejanza de Dios. Era el Amor, el Principio divino del ser, el que estaba en control de mis pensamientos y acciones. No tenía que utilizar la voluntad humana para ser disciplinada, simplemente tenía que reconocer que sólo Dios, y no la comida, era la fuerza que gobernaba mi vida.

La identidad espiritual incluye tener equilibrio, templanza, sabiduría y satisfacción. Por tanto, yo no podía ser engañada a pensar que tenía el deseo natural de comer constantemente o sin medida. Qué ridículo era pensar que un pequeño trozo de chocolate, una ración extra de comida o un tentempié tuviera la capacidad de hacerme sentir más feliz o satisfecha. O pensar que un trozo de materia, inerte y sin inteligencia, pudiera tener poder para atraerme en contra de mi razonamiento, o pudiera darme algo que Dios no pueda proveerme.

Yo siempre había pensado que estar a dieta significaba renunciar a algo. Pero el rechazar la visión de mí misma como impotente y material, y llevar a cabo una especie de “dieta espiritual”, no me privó de nada bueno; por el contrario, me ayudó a encontrar más de lo bueno en mi vida.

El comer dejó de ser el foco de mi atención, ya no conté las calorías ni evité comer ciertos alimentos; de manera muy natural, empecé a comer con moderación. Pude centrar más mi atención en mi identidad como reflejo de Dios.

Mi forma de esquiar mejoró, y tuve mi mejor competencia de la temporada; y no sólo eso, sino que toda mi vida mejoró. Sentí como que volví a ser yo misma; las ansiedades, frustraciones, la impaciencia, apatía y terquedad disminuyeron considerablemente. Un amigo, al que no había visto en un mes, me comentó cuán hermosa me veía y me pregunto qué había hecho. Aunque había perdido pocos kilos en ese entonces, sentí que lo que realmente había producido el cambio fue comprender mejor que estoy formada y gobernada por Dios.

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