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Dios nada conmigo

Del número de junio de 2001 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


¿Te gusta acampar y divertirte al aire libre? A Marcos y a su familia, sí. Desde hace muchos años, en el verano se van de vacaciones al norte del estado de Michigan, Estados Unidos, a un campamento donde toda la familia puede ir. Muchas familias pasan allí sus vacaciones. Se divierten nadando, remando y haciendo largas caminatas juntos. Hacen fogatas y juegos muy divertidos como “la búsqueda del tesoro” y “quién atrapa el disco volador”. Marcos y su familia esperaban ansiosamente esa época del año.

El campamento al que iban estaba junto a un pequeño lago, y una de las pruebas era cruzar el lago a nado. Llevaba media hora nadar de una orilla a la otra, y tanto a niños como adultos, les encantaba participar. Si lo cruzaban de un lado al otro, obtenían un premio especial. Una barcaza siempre estaba cerca de los nadadores y si alguien se cansaba durante el trayecto, podía subirse a ella.

Marcos era un buen nadador y le encantaba el agua. El verano anterior había intentado cruzar el lago a nado pero tuvo miedo de no poder llegar a la orilla opuesta y se subió a la barcaza apenas empezó la Competencia. Este año, realmente quería cruzar el lago a nado. Finalmente, llegó el día de la competencia. Todos se subieron a la barcaza, llegaron hasta la orilla opuesta y desde allí comenzaron a nadar hacia el campamento. La mamá de Marcos estaba con él. Ella también iba a cruzar el lago a nado. Era un hermoso día de sol pero, al mirar el lago, Marcos se atemorizó y comenzó a tener una sensación rara en el estómago.

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