El Teléfono Sonó en la habitación de un motel en El Salvador. Cuando contesté la llamada, oí la voz del joven que un par de días antes me había raptado e intentado violarme. Había averiguado el número de mi habitación porque él trabajaba allí. Ahora me preguntaba si quería cenar con él en el restaurante del motel.
Mi primera respuesta fue: “¡Usted debe estar loco!” Después de todo, unos días antes me había atacado y, pese a que Dios me había protegido durante esa experiencia, no me parecía muy cuerdo ir a cenar con mi agresor. No obstante, algunas preguntas acudían a mi pensamiento: ¿Te has sanado o no del temor y de la ira que sentías hacia este hombre? ¿Lo has visto o no como la imagen y semejanza de Dios? ¿Ha cambiado él desde el encuentro? ¿Es total la curación? La respuesta vino de inmediato: “Sí”. Por eso contesté: “Está bien, acepto”.
El Salmista nos asegura que Dios es “Nuestro pronto auxilio en las tribulaciones”. Salmo 46:1. Dios está siempre con nosotros, y su presencia es práctica, y la ayuda que recibimos de Él es tangible. Pensando en los hijos de Israel deambulando por el desierto, el salmista cantó así: “Entonces clamaron a Jehová en su angustia, y los libró de sus aflicciones”. Salmo 107:6. Tanto antes como después de que fueron escritas esas palabras, individuos de todo el mundo han sido liberados por Dios de una manera u otra. Yo sé que Él siempre está con nosotros, porque me ayudó cuando ese joven me atacó. Comparto esta experiencia con usted para que aumente su confianza en Dios.
Todo comenzó poco después de graduarme de la universidad. Una señora de mi iglesia me invitó a que la acompañara a El Salvador. Ella iría como guía de un grupo. Yo estaba encantada de tener esta oportunidad, y ansiosa de que comenzara la aventura. Cuando llegamos a ese país, me llamó mucho la atención la pobreza y la conmoción civil que reinaban. Era obvio que se avecinaba una guerra. Oré para saber cómo podía ayudar.
Una noche, después de haber cenado con una familia nicaragüense, el joven conductor que nos había traído de regreso al motel, me pidió que permaneciera en el auto un momento mientras los demás descendían. Pensé que iba a estacionar el vehículo en un estacionamiento cercano, pero en cambio salió del estacionamiento y condujo a lo largo de un solitario camino vecinal.
No respondió a mi pregunta cuando le pregunté a dónde íbamos o cuando le pedí que me llevara de regreso al motel. Yo estaba muy atemorizada. Oré a Dios, pero el miedo me impedía sentir Su presencia. Cuando llegamos a un pequeño motel rural, el hombre me arrastró fuera del automóvil hacia una de las habitaciones.
Una vez adentro, me pude zafar de él y comencé a hablarle acerca de mi religión. Esencialmente le dije lo que era la Christian Science. Le expliqué cuán importante era para mí y cómo deseaba vivir de acuerdo con sus enseñanzas. Le hablé de la espiritualidad y bondad del hombre y del amor de Dios por Su creación. Probablemente él pensó que mis comentarios eran un tanto inusuales bajo las circunstancias, pero eso fue lo que me vino al pensamiento.
Traté de razonar con él y de explicarle que lo que tenía en mente estaba mal. Después de hablarle durante unos quince minutos, le pedí una vez más que me llevara de regreso a mi motel.
En vez de ello, me atacó. Recurrí a Dios con todo mi corazón. Lo primero que me vino al pensamiento mientras forcejeaba para mantener al hombre alejado, fue la definición de ángeles del libro Ciencia y Salud. “ÁNGELES. Pensamientos de Dios que vienen al hombre; intuiciones espirituales, puras y perfectas; la inspiración de la bondad, de la pureza y de la inmortalidad, que contrarresta todo mal, toda sensualidad y toda mortalidad”.Ciencia y Salud, pág. 581.
Yo sabía que los pensamientos de Dios no sólo me estaban viniendo a mí, sino que también este hombre los estaba recibiendo de una manera que podía entender. Esta vez, en medio del temor, sentí la presencia de Dios.
A medida que continuaba escuchando para recibir los pensamientos espirituales, me vino la idea de orar el Padre Nuestro en voz alta. Véase Mateo 6:9–13. Cuando llegué a la línea que dice: “Perdónanos nuestras deudas como también nosotros perdonamos a nuestros deudores”, me di cuenta de que realmente debía perdonar a este hombre, y no sentir ira ni resentimiento hacia él.
Puede que parezca imposible hacer esto en una situación como ésa, pero ese pensamiento me recordó la espiritualidad del hombre y la importancia de afirmar esa verdad, independientemente de lo que estaba sucediendo en ese momento. Comprendí que debía ver a este hombre como hecho a imagen y semejanza de Dios y que debía hacerlo ahora, no más adelante. En realidad él era bueno, puro e inocente, tal como Dios lo había creado.
Luego recordé una frase de un poema escrito por la Sra. Eddy titulado “Oración Vespertina de la Madre”. Dice así: “Su brazo nos rodea con amor”.Poems, pág. 4.
El amor maternal de Dios me estaba rodeando tanto a mí como al hombre. El amor protector de Dios estaba presente, pese a que aún debía pelear contra la agresión.
Llegó un momento en que sentí que ya no me quedaban fuerzas. Así que hablé en voz alta a Dios y le dije: “Padre, ya no puedo pelear más. Hazte cargo Tú”. Dejé de resistir. Podría decirse que me rendí a Dios más bien que a este hombre. En el momento en que dejé de forcejear, el hombre dejó de molestarme. El ataque cesó. Dios nos había ayudado a mí y a él. El hombre dijo: “Realmente eres un ángel”. Eso fue todo lo que dijo e inmediatamente me llevó de regreso a mi motel.
Nunca pensé que yo fuera un ángel. Pero los ángeles habían estado presentes. Eran los mensajes de Dios que nos liberaban a los dos.
Poco tiempo después, encontré el siguiente pasaje de la Sra. Eddy: “Recuerda, no puedes estar en ninguna situación, por más grave que sea, en la que el Amor no haya estado antes que tú, y en la que su tierna lección no te esté esperando. Por lo tanto, no desesperes ni murmures, porque aquello que procura salvar, sanar y liberar, te guiará, si buscas esta guía”.The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany pág. 149.
Comprendí que no necesitaba desesperarme ni quejarme por esta experiencia. Por más atemorizantes que parezcan estos encuentros, podemos confiar en la ayuda de Dios. Y no tiene por qué quedar ninguna secuela posterior. Dios es capaz de borrar incluso los recuerdos de estas experiencias. Claramente percibí que Dios había estado presente y cuidándome todo el tiempo.
Desde el momento en que descubrí Su poder y presencia, supe que podía confiarle cualquier cosa.
Mi convicción de la presencia de Dios fue lo que me permitió ir a cenar con ese joven después del ataque. Mientras comíamos, me contó de los tremendos desafíos que había en su vida y en su país. Sentía que pronto tendría que ir a la guerra. Le hablé acerca de un libro que estaba segura de que lo ayudaría: Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras. Le aseguré que le permitiría comprender a Dios, y su relación con Él, y que estaba seguro ante la presencia de Dios. No tenía un ejemplar de más conmigo en ese momento, pero le prometí mandarle una edición en español del libro una vez que regresase a los EE.UU. Y así lo hice. Él prometió que lo leería.
Después de la cena quiso que conociese a su padre. Admito que dudé un instante, pero luego accedí a acompañarlo. Al oirlos hablar en español, un idioma desconocido para mí, presentí el profundo amor que había entre ellos. El papá era sincero, bondadoso y humilde. Había trabajado muy duro toda su vida recibiendo una magra remuneración. Pero el amor que sentí en su presencia fue indescriptible. Aún hoy puedo sentirlo, pese a que esto ocurrió hace veinte años. Este país tenía una riqueza que no había podido ver hasta que conocí al padre de ese hombre. Ahora percibía cual era la mejor forma de orar por esa parte del mundo.
De la casa de su padre el joven me llevó inmediatamente a mi motel, y nos despedimos con un apretón de manos.
Esta experiencia cambió mi vida. Me dio una profunda confianza en Dios, porque para mí fue una prueba contundente del cuidado que Dios brinda. Desde el momento en que descubrí Su poder y presencia, supe que podía confiarle cualquier cosa. Si Él había estado allí cuando lo necesitaba, estaría siempre conmigo.
Dios es nuestro auxilio siempre, y en los momentos de aflicción, nosotros o nuestros seres queridos podemos recibir este auxilio a través de nuestras oraciones. Por más alejados que podamos estar de nuestro hogar, de nuestra familia, o de nuestros amigos, Dios está con nosotros. Él nos ayudará, guiará nuestras oraciones, y nos librará, si recurrimos a Él. Yo puedo dar fe de ello.
