Recuerdo la primera vez que fui a un campamento cuando era niño. Después de que llegamos, nos examinaron a todos para ver si teníamos “pie de atleta”. Como no había indicios de que tuviera esa condición, yo no tenía consuelo. Cuando regresé a casa, casi con lágrimas en los ojos le dije a mi mamá: “¡Nunca voy a ser un buen atleta, porque no tengo pie de atleta!”
¡Qué inocencia! No sólo no sabía el nombre de esa infección, sino que tampoco le tenía temor. Durante mi niñez, fui percibiendo cada vez más el gran amor que tiene Dios por Sus hijos, y comprendí que Dios, el bien, es la única realidad. El cimiento de mi educación espiritual fueron la Biblia y Ciencia y Salud.
Gracias a la convicción que tenía del amor de Dios, disfruté de una niñez muy feliz y saludable. Desde que entré al jardín de infantes hasta que terminé mis estudios de postgrado, perdí sólo un día de escuela por enfermedad. (Y, por supuesto, practiqué deportes y fui un atleta.)
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