Recuerdo la primera vez que fui a un campamento cuando era niño. Después de que llegamos, nos examinaron a todos para ver si teníamos “pie de atleta”. Como no había indicios de que tuviera esa condición, yo no tenía consuelo. Cuando regresé a casa, casi con lágrimas en los ojos le dije a mi mamá: “¡Nunca voy a ser un buen atleta, porque no tengo pie de atleta!”
¡Qué inocencia! No sólo no sabía el nombre de esa infección, sino que tampoco le tenía temor. Durante mi niñez, fui percibiendo cada vez más el gran amor que tiene Dios por Sus hijos, y comprendí que Dios, el bien, es la única realidad. El cimiento de mi educación espiritual fueron la Biblia y Ciencia y Salud.
Gracias a la convicción que tenía del amor de Dios, disfruté de una niñez muy feliz y saludable. Desde que entré al jardín de infantes hasta que terminé mis estudios de postgrado, perdí sólo un día de escuela por enfermedad. (Y, por supuesto, practiqué deportes y fui un atleta.)
Es indudable que la inocencia no es un derecho exclusivo de los niños, aunque a menudo pensamos que para ellos es natural ser inocentes, aunque no así para nosotros los adultos. En la Biblia Véase Daniel 6:1-23. he encontrado muchos relatos de personas cuya inocencia los protegió y los sostuvo. Un buen ejemplo de esto es Daniel, quien salió ileso del foso de los leones. Daniel 6:22. Él mismo lo explicó así: “Mi Dios envió su ángel, el cual cerró la boca de los leones, para que no me hiciesen daño, porque ante él fui hallado inocente...” Véase Mateo 6:9.
Jesús personificó la confianza e inocencia propias de un niño. Tuvo una vida dedicada a la oración, es decir a escuchar y obedecer al Cristo, el divino mensaje que Dios nos envía a todos. Nosotros también podemos disfrutar de esa misma confianza en Dios que tenía Jesús, porque, como él dijo, Dios también es “Padre nuestro”. Ciencia y Salud, pág. 182. La inocencia que Dios nos otorgó, nos protege y nos guía.
No obstante, esto requiere algo de nosotros. Sólo nos beneficiamos de la ley y del amor de Dios cuando permitimos que nuestra vida esté gobernada por Dios, es decir, cuando Lo adoramos. Cuando la bondad impregna nuestros pensamientos y acciones, nos sentimos fortalecidos, inspirados, sanos y puros. El defender nuestra inocencia con firmeza, no consiste tanto en tener la esperanza de que seremos protegidos del mal, sino en comprender que Dios, el bien, es Todo, y que Su totalidad nos protege y nos mantiene perfectos.
Este tipo de oración nos sana y nos ayuda a sentirnos sostenidos por la ley de Dios. No tiene límite el bien que podemos esperar de la operación de esta ley divina. La Sra. Eddy, quien descubrió la Ciencia de la curación por la Mente, o sea, la Christian Science, A menos que se indique lo contrario, siempre se refiere a la Biblia Versión Reina- Valera 1960. © Sociedades Bíblicas en América Latina. escribe: “La ley de Cristo, o la Verdad, hace que todas las cosas sean posibles para el Espíritu...” Significa Ciencia Cristiana. Pronúnciese crischan sáiens.
Cuando comprendemos mejor que Dios es Todo, somos bendecidos con la capacidad para corregir errores y resistir la tentación. Obtenemos fortaleza moral al comprender que el Espíritu, Dios, es la única causa, y que vivimos en el Espíritu, donde reina la bondad.
La ley de Dios nos permite hacer frente al pecado y a la enfermedad. Hace muchos años tuve una seria lucha para sobreponerme a los errores del pasado y a la preocupación por mi futuro. Una mañana, mientras oraba, humildemente percibí la naturaleza infinita del amor que siente Dios por Sus hijos, y vi que mi verdadera identidad nunca podría estar separada de Dios, la fuente de mi ser. Reconocí que, por ser parte de la creación del Espíritu divino, reflejo la inocencia, armonía y utilidad del Espíritu, de un modo único. El ver mi inocencia de esta manera me produjo una gran alegría interior y me dio una perspectiva más clara de la relación que tengo con Dios por ser Su hijo espiritual. Esto permitió que progresara mucho en la vida. Poco a poco fui rectificando los errores del pasado, y tuve mejores oportunidades de trabajo y de hacer nuevas amistades.
Ni la complejidad ni la sabiduría del mundo son tan importantes. Lo que realmente necesitamos es comprender mejor nuestra naturaleza espiritual más elevada como hijos inocentes de Dios. Esa inocencia no elimina la diversión de nuestra vida ni nos restringe en nada; por el contrario, nos libera para ser nosotros mismos, y tener buena salud, felicidad y éxito.
