Una Noche, hace unos años, llamé un taxi. El conductor manejaba tan peligrosamente, que empecé a orar. Unos kilómetros después, estaba pensando en el siguiente salmo: "Porque has puesto a Jehová, que es mi esperanza, al Altísimo por tu habitación, no te sobrevendrá mal, ni plaga tocará tu morada" (91:9, 10).
Momentos después el taxi comenzó a zigzaguear, hasta que otro vehículo se estrelló contra nosotros. Nuestro parabrisas estaba hecho trizas, y el conductor tenía varias heridas graves. Yo estaba adelante en el asiento del acompañante. Al principio no pensé que me había golpeado, pero tan pronto como me pusieron en el suelo junto con los otros pasajeros, casi no me podía mover. Tenía un dolor muy fuerte en la espina dorsal, la cadera y el cuello. Nos mantuvieron en la vereda en espera de que llegara el transporte para llevarnos al hospital.
Mi intuición espiritual me decía: "Dios está a cargo de la situación. Puedes confiar en Dios, vete a tu casa". Esto me vino con tanta fuerza que decidí ir a casa, a pesar de que casi no podía caminar. La gente me quería detener para que nos llevaran a todos al hospital, pero mi fe en el poder de Dios para sanarme me impulsó a irme a casa de todos modos. ¿Acaso no escribe el Apóstol Pablo: “...Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?” (Romanos 8:31) ¡Nadie!
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