Yo Pensaba que tenía que tomar bebidas alcohólicas para ser feliz. Comencé a tomar cuando era niña, pero en casa nadie lo sabía. Me llevaba las botellas de mi padre. El no sospechaba de mí, y acusaba a otros miembros de la familia. Después decidí comprar mis propias botellas y se transformó en un vicio.
Posteriormente me casé. Como mi esposo sabía que a mí me gustaba el alcohol, me lo compraba. Me tomaba en un día lo que él me había comprado para toda una semana. Después comencé a comprar botellas de whisky. Cuando la gente me decía que no bebiera, yo les contestaba: “Oren por mí”. Llegó un punto en que no me sentía bien si no tomaba.
Finalmente, comencé a leer la Biblia y Ciencia y Salud y otros libros de la Christian Science. Me gustaban pasajes como: “Cuando la ilusión de enfermedad o de pecado os tiente, aferraos firmemente a Dios y Su idea" (pág. 495).
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