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¡Enciende la luz!

Del número de enero de 2002 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Hace in tiempo inventé una historia divertida para ayudar a mis hijos cuando tienen miedo o les duele algo. Pero a menudo termino por contármela a mí misma.

— Imagina — empiezo — que te despiertas en medio de la noche. En la oscuridad, uno de tus juguetes parece un monstruo aterrador. Estás muy asustado y me llamas a gritos para que venga a librarte del monstruo.

La luz nos revela cómo nos ha creado Dios.

Luego les pregunto: —¿Qué pensarían si yo entrara en el dormitorio con un super rociador y comenzara a echarle agua al monstruo para tratar de derretirlo?

Mis hijos se ríen divertidos y me contestan: — No, mami, eso no nos salvaría del monstruo.

—¿Por qué no?

— Porque no hay ningún monstruo en el dormitorio.

— Pero es medianoche, ustedes están muy asustados, y en la oscuridad los monstruos parecen bien reales. ¿Cómo les podría demostrar que no hay nada que temer?

— Encendiendo la luz.

Mis hijos entienden muy bien que la luz nos libera, no sólo del monstruo sino también del temor al monstruo, porque demuestra que nunca existió. Y no sólo eso, también nos permite ver todas las lindas muñecas, juguetes y autitos que han estado en el dormitorio todo ese tiempo, donde el monstruo parecía estar. Me encanta la idea de que la misma luz que nos libra de las cosas malas, nos muestra también las cosas buenas.

Para mí, el concepto de la oscuridad nos ayuda a comprender lo que Pablo llamó “mente carnal”. Romanos 8:7, versión King James, en inglés. Esa mente muchas veces hace que todo parezca enfermo, triste o malo, incluso monstruoso. Pero así como la oscuridad en el dormitorio nunca transformó la muñeca o el juguete en un monstruo, la mente carnal nunca cambia lo que es verdadero acerca de nosotros. No tiene el poder para hacerlo, porque la verdad es que no tiene poder alguno.

Dios, el Espíritu divino, nos hizo espirituales y perfectos, y nada puede cambiar eso. Cada uno de nosotros es y siempre ha sido la semejanza de Dios, creado para ser espiritual, feliz, perfecto, completo y sin temor.

Mis hijos y yo estamos aprendiendo que cuando aparecen “monstruos” en nuestra vida, ya sean pequeños dolores de barriga, grandes accidentes o relaciones desdichadas, necesitamos encender la luz que nos revela cómo nos ha creado Dios.

¿Cuál es esa luz? No es una lámpara enorme que se prende con un interruptor. La luz que sana es la luz del Cristo, la naturaleza de Dios, que se demostró claramente en la manera de vivir de Jesús. Me gusta pensar que el Cristo es como una especie de potente foco luminoso que penetra la oscuridad de la mente carnal para revelar la creación espiritual y perfecta de Dios y eliminar así la enfermedad y el miedo.

La luz del Cristo está siempre presente, aun cuando parece que estuviéramos rodeados por la oscuridad y los monstruos. Cuando nos volvemos a Dios en oración, estamos encendiendo esa luz divina. Leemos en Ciencia y Salud: “A veces se nos induce a creer que la oscuridad es tan real como la luz; pero la Ciencia afirma que la oscuridad es tan sólo una sensación mortal de la ausencia de la luz, a cuya llegada la oscuridad pierde la apariencia de realidad. De igual manera el pecado y el pesar, la enfermedad y la muerte, son la supuesta ausencia de la Vida, Dios, y huyen como fantasmas del error ante la verdad y el amor”.Ciencia y Salud, pág. 215.

Una mañana, yo había estado leyendo la Biblia y Ciencia y Salud y cuando me disponía a hacer otras cosas, algo me dijo que continuara leyendo y orando, y así lo hice. Terminé leyendo ideas sobre la audición y la vista; ideas que afirmaban que esos sentidos no dependen absolutamente de los oídos o los ojos materiales, sino de Dios. Entre otras cosas leí lo siguiente: “¿Cómo puede el hombre, el cual refleja a Dios, depender de medios materiales para conocer, oír y ver?... Los sentidos corporales son el único origen del mal o error. La Christian Science demuestra que son falsos, porque la materia no tiene sensación, y ninguna estructura orgánica puede darle oído y vista, ni hacer de ella el medio de la Mente”.Ibid., pág. 489.

Poco después, me llamó mi hija desde el campamento de verano para decirme que se había lastimado el oído mientras practicaba esquí acuático. Le sangraba y no podía oír bien. Le conté acerca de los pasajes que había estado leyendo. Sentimos que Dios nos había estado mandando inspiración, aun antes de pedirla.

Después que cortamos la comunicación, comencé a orar. Con esto quiero decir que razoné acerca de lo que constituía la vida y la identidad de mi hija desde un punto de vista espiritual. El origen de su vida y su ser estaba en Dios, el Espíritu divino, que es todo bondad. Por lo tanto su vida tenía que ser completamente espiritual, armoniosa e indestructible. Pensar que pudiera estar herida significaba no reconocer la identidad que Dios le había dado.

Pensé en la historia del monstruo y supe que el accidente de mi hija no tenía más realidad que el monstruo que parecía destacarse en la oscuridad. Así como éste había desaparecido cuando encendimos la luz, la evidencia del daño sufrido por mi hija tenía que desaparecer a medida que ella y yo oráramos, Ilenando nuestra conciencia con la luz del Cristo que revela continuamente su ser espiritual, inseparable de Dios.

Cuando hablé con ella nuevamente, me dijo que el oído había cesado de dolerle y de sangrar. Más tarde, sintió un pequeño sonido en el oído y se dio cuenta de que estaba totalmente curada. Es esa clase de curación que Ciencia y Salud describe de esta manera: “La curación física en la Ciencia Cristiana resulta ahora, como en tiempos de Jesús, de la operación del Principio divino, ante la cual el pecado y la enfermedad pierden su realidad en la conciencia humana y desaparecen tan natural y tan inevitablemente como las tinieblas ceden lugar a la luz y el pecado a la reforma”. Ibid, pág. xi.

Alguien que hubiera sido testigo de esta experiencia mientras estaba ocurriendo, podría haber pensado que mi hija no estaba recibiendo ayuda, ya que no tomó ninguna medicina. Pero nosotros creemos que orar es hacer algo espiritualmente, algo que trajo pronta y completa curación.

Ningún padre amoroso podría ignorar el Ilanto de su hijo en mitad de la noche. Nuestro Padre-Madre Dios nunca ignora nuestros pedidos de ayuda en la noche de inquietud. Dios está siempre impartiéndonos paz y amor, proveyéndonos de la luz del Cristo, en la que podemos confiar en cualquier situación en que nos encontremos.

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