Un día fui con mi familia a la casa de mis primos. Hacía poco que vivían allí, es una casa nueva en un barrio que no conozco. Entonces decidimos con mis primos y hermanos andar todos juntos en bicicleta. Era un hermoso día. A mí me tocó ir solo en una bici. Nos preparamos y salimos. Los padres se quedaron tomando mate en la casa.
Anduvimos siempre juntos, paseando y riéndonos. Cuando decidimos volver, me atrasé porque pasé por un charco con barro y me patinaba, por eso no pude salir enseguida. Cuando por fin logré ponerme en camino, los demás ya no estaban. Siguieron andando sin darse cuenta de que yo no estaba con ellos, y como mi rodado era chico no pude apurarme.
Me asusté mucho. No conocía el lugar y no podía orientarme. Empecé a andar, pero peor, me estaba alejando. No conocía nada.
En ese momento, traté de tranquilizarme. Pensé que no estaba solo, sino que Dios que está en todas partes, me amaba y me iba a indicar cómo llegar. Me quedé tranquilo. Entonces, empecé a ver cosas que ya había visto antes con mis primos y hermanos — una rotonda y un campo con caballos — seguí orando y de repente vi una casa que me había llamado la atención y que sabía que quedaba muy cerca de la casa nueva de mis primos. Entonces seguí confiado, porque me di cuenta de que estaba llegando.
Entré a la casa, me abracé a mi mamá y estaba feliz. Los demás volvieron más tarde porque empezaron a buscarme. Se alegraron cuando me vieron.
Le di muchas gracias a Dios.
Buenos Aires, Argentina