En el crepúsculo del atardecer
siento el aroma de Tu presencia,
porque eres Tú mi morada,
horizonte dorado
de alba a alba.
Cada mañana bajo Tu regazo
es sonrisa, gozo, paz y alegría,
y al alzar los ojos al cielo
el crepúsculo me decía;
sigue el día,
sigue el día;
y yo le pregunto a mi Padre
que es Padre y Dios de los cielos,
que es Espíritu y Verdad,
que no tiene principio
y no tiene final,
¿por qué sigue el día?
Y él me responde:
“Porque todo es tuyo, hijo de mi corazón”.
Entonces pude comprender
que en su justicia, gracia y gloria
en Cristo Jesús,
todo me lo dio.
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